Eran cerca de las diez de la noche. Yo iba de regreso para mi casa luego de la asamblea de la librería Biblos cuando, llegando a un cruce, veo a un hombre evidentemente parapléjico que anda en muletas y que quiere cruzar la calle pero no se atreve. El semáforo se pone en rojo y el hombre se lanza a cruzar con gran torpeza, avanzando hasta la mitad de la doble calzada, donde tambalea y se detiene. Apenas el semáforo se pone en verde, el carro que está detrás del hombre arranca, mientras yo paro a unos cinco metros de distancia. Pese a que hay suficiente espacio para pasar y a que el semáforo está en verde, espero a que el hombre termine de cruzar la calle. El hombre me mira unos segundos, claramente confundido, derrotado, dudando, y después de dar un par de pasos chuecos con las muletas, cae de bruces en la mitad de la calle. Las muletas salen volando y el hombre, aunque lo intenta en forma muy aparatosa, no se puede levantar.
Yo apago el carro pero no las luces y me bajo casi al mismo tiempo con un muchacho que ha cruzado su propio carro frente al caído, cerca del semáforo. Entre ambos ayudamos al hombre a pararse. Él nos dice muy azorado y adolorido, sollozando:
—Me acaba de medio atropellar un taxi; estoy jodido; me robaron; tengo que llegar hasta Teletón (para los forasteros, es una clínica de parapléjicos que queda en las afueras de Bogotá) pero no tengo ni cinco.
El muchacho y yo le ayudamos a estabilizarse, casi se vuelve a caer, lo sostenemos, le alcanzamos las muletas, lo acompañamos hasta la acera.
—Y ahora ¿qué voy a hacer? Los taxis no me recogen; no tengo plata.
El muchacho y yo abrimos la billetera al mismo tiempo. Él le da $5.000, y mientras yo estoy buscando un billete de $10.000, un taxista se detiene en la calzada de regreso y le lanza al hombre un insulto que no alcanzo a oír bien; luego sigue.
—¡Ése fue el taxista que casi me atropella! —dice el hombre, agitado y sollozando—. Dios mío, ¡ahora qué voy a hacer!
El muchacho que le dio los $5.000 se monta en su carro y se va. En cuanto a mí, en el instante en que voy a sacar el billete de $10.000 un flash me ilumina por dentro y me lleva a comprender que el tipo es un farsante de los mil demonios, un actor de primerísima categoría. Huele levemente a trago y... le doy dos billetes de $2.000 en vez de los $10.000 que planeaba. El tipo exclama todavía sollozando:
—¡Pero eso no me alcanza!
—Sí, hombre, tranquilo, que con eso lo llevan —le contesto y...
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Es columnista de El Espectador y fundador de la revista El Malpensante.
Mayo de 2001
Edición No.30
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