Crónica
John Cage y madame Alexina Sattler, esposa de Marcel Duchamp, jugando una partida de ajedrez. ©Lelli & Masotti. Fratelli Alinari. Topfoto
Mi padre murió de un ataque al corazón la misma tarde en que John Cage jugaba al ajedrez por televisión con Marcel Duchamp. Mi padre no llegó a saberlo, por supuesto. Se echó para atrás, como si una mano invisible lo agarrara del pelo –en la única parte de la cabeza donde le quedaba algo parecido a pelo– y después se precipitó de golpe hacia adelante y hundió la cara en un plato humeante de risotto ai funghi, la segunda especialidad –los celos eran la primera– de la que fuera su cuarta mujer. Todo esto que, según la cuenta de su cuarta mujer, a la que vi en el velorio, después en la ceremonia de cremación, después en la primera y única reunión que hubo con el abogado y después, cinco años más tarde, en un programa de TV de medianoche, contando chistes obscenos con un perrito caniche en cada mano, duró apenas cuatro minutos y treinta y tres segundos, sucedió en un suburbio de Buenos Aires, muy lejos del estudio de televisión donde los dos monstruos sagrados del arte contemporáneo dilataban ex profeso sus intervalos reflexivos para exasperar a los cameramen, a los asistentes de dirección y al imbécil rozagante que hacía las veces de host en el programa. A mi padre, por lo demás, la música lo tenía completamente sin cuidado. Era sordo como una tapia, lo que de algún modo podría ser un atenuante, pero es posible que la suya fuera una sordera voluntaria –era la tesis de su cuarta esposa, a la que siempre detesté pero que conocía a mi padre como nadie–: de otro modo no se explica que fuera tan enemigo de los audífonos. El único contacto que había tenido con el arte contemporáneo era la página arrancada de una revista que tapizaba el cajón de la cómoda donde guardaba las medias, y que reproducía el retrato de Gertrude Stein de Picasso. No conocía a Cage ni a Duchamp, a quienes, de habérselos presentado, probablemente habría tomado por una pareja de viciosos consumidos por algún hobby depravado: cirujanos, taxidermistas, quizás enterradores. No era que “odiara” a los “artistas”; simplemente no...
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Invitado Festival Malpensante 2009. Con 'El pasado' obtuvo el Premio Herralde de Novela en 2003.
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