Cuando Efraim Medina llamó a uno de sus libros Técnicas de masturbación entre Batman y Robin no hizo otra cosa que recoger un rumor que llevaba más de 50 años rondando las calles de ciudad Gótica y sus alrededores: estos superhéroes eran una pareja gay.
El psicólogo infantil Fredrick Wertham había encabezado a mediados del siglo XX una cruzada contra la influencia negativa que ejercían los libros de cómics en los niños, y uno de sus argumentos clave señalaba que la relación del millonario Bruce Wayne (Bruno Díaz en la versión en español) y el joven acróbata Dick Grayson, alias Robin, reunía todos los elementos de una convivencia homosexual.
A Batman y Robin no los unía un parentesco. Las raíces de su cercanía se hallaban en un pasado similar. Ambos habían visto morir a sus padres a manos de crueles criminales y eso los llevó a tomar la decisión de combatir el hampa.
Desde su nacimiento en 1939, Batman fue un luchador solitario, que enfrentaba el crimen con un trasfondo de misterio y sed de venganza. Funcionaba como un contrapunto interesante para el siempre correcto Superman. Pero en 1940 aparece Grayson en su vida y el justiciero de orejas puntiagudas se convierte, al menos ante los ojos de personas menos suspicaces que Medina y Wertham, en una figura paterna.
En ese entonces los cómics no contaban con los favores del público adulto de los que gozan en la actualidad, de modo que la lógica de los creadores del superhéroe apuntaba a que la figura de un menor en la historieta llevaría a los lectores a sentirse identificados con él. Dicho y hecho, en las ediciones que siguieron al debut de Robin las ventas se duplicaron.
Tal fue el éxito de la figura del joven acompañante, que pronto superhéroes de todas las clases salieron del clóset y quisieron tener a un efebo a su lado. Y fue la gran acogida de la fórmula lo que puso en alerta a quienes temían que ello representaría el brote de una plaga. En 1949 un tipo llamado Gershom Legman, en el libro El desfile de placer, describió a las dos casas editoriales de cómics más populares de la época como “ocupadas enteramente por homosexuales y operadas desde nuestro rascacielos más fálico”.
A pesar de tener un tono menos incendiario, fueron los argumentos de Wertham en su libro La seducción de los i...