Ilustración de Fernando Vicente
El centenario del nacimiento de Malcolm Lowry ha traído congresos en cantinas y abadías, algo apropiado para un autor que conoció el paraíso en alta mar y los bosques de Vancouver, y el infierno en las cárceles y los hospitales psiquiátricos. Generalmente estuvo en ambas partes a la vez. Los ambiguos favores del alcohol le permitieron mezclar cielo e inframundo.
Bajo el volcán –su novela absoluta, definitiva, inagotable– es un vasto poema narrativo y una tempestuosa exploración de la conciencia. Algunos lectores lo han visto como un libro hermético y adivinatorio, lleno de claves cabalísticas, y otros como un manual de autoayuda para abandonar de una vez por todas el mezcal o entregarse a él en busca de un resplandor suicida.
El propio Lowry padeció la fuerza de ese libro único. Cuando su casa se incendió en Canadá, sintió que lo había perdido todo. Años antes, al terminar Bajo el volcán, experimentó lo mismo: el libro que le daba cobijo había dejado de pertenecerle y lo condenaba a vivir a la intemperie. Aunque escribió poemas, novelas breves y relatos espléndidos, no encontró otro desafío como el de la novela ambientada en Cuernavaca.
Lowry ha sido objeto de dos biografías excepcionales. En 1973, Douglas Day publicó el primer recuento de la atribulada vida que comenzó en 1909, en la región de Cheshire, tierra de otro reinventor de las palabras, Lewis Carroll. Douglas Day reconstruyó la historia con aliento impar, pero dependió en exceso de una fuente de información: Marjorie Bonner, segunda esposa del novelista. Veinte años después, Gordon Bowker precisó los hechos en Perseguido por los demonios. Esta segunda biografía comienza con una escena en la que Lowry viaja en automóvil con su padre. El petulante abogado Lowry critica a un hombre que todos los días hace el mismo camino a pie, entre la nieve: “Es un borracho”, dice. El hijo no puede ocultar su admiración por ese ultrajado que se levanta a las cinco de la mañana para caminar 11 kilómetros. ¿Es justo que se insulte a alguien capaz de tal proez...