Poesía
Un poema de Keith Douglas.
Hay individuos que parecen hechos de otra pasta, y Keith Douglas (1920-1944) es sin duda uno de ellos. Cuando murió a los veinticuatro años cerca de Bayeux, tres días después del desembarco de Normandía, ya había escrito los mejores poemas bélicos de su generación, además de un curioso libro, Alamein to Zem-Zem, en el que registró con dibujos y anotaciones volanderas sus experiencias en la campaña del norte de África, donde estuvo destacado cerca de dos años y medio. Antes incluso de partir al frente, sus poemas habían impresionado a Eliot y también a su tutor en Oxford, Edmund Blunden, haciéndose notar por su personalidad algo anárquica y displicente (cuando no abiertamente desvergonzada, un poco al modo del famoso Stalky de Kipling) en las distintas escuelas y colegios por donde había pasado (Christ’s Hospital, Merton College en Oxford) .
A su muerte, la obra de Douglas cayó ligeramente en el olvido hasta que veinte años más tarde, en 1964, Ted Hughes la reivindicó con una célebre antología que no ha dejado de reeditarse desde entonces. Lo que Hughes venía a decir es que ningún otro poeta había examinado la guerra con el ojo analítico de Douglas en sus mejores páginas. La capacidad para entender y aceptar y describir con precisión la lógica de la guerra, su mezcla de piedad y realismo, el rigor de una palabra justa que sin embargo no reniega del vuelo metafórico y cierto humor amargo, son todos rasgos de los poemas africanos de Douglas, que incluyen este “Cómo matar” –si no me equivoco–, traducido hace cosa de veinte años por Javier Marías para la revista asturiana Reloj de Arena.
Estamos lejos de la poesía desgarrada y hasta tremendista de un Wilfred Owen, quizá la gran figura entre los war poets de la Primera Guerra Mundial. Como dice el poeta George MacBeth, “su nota característica es un interés sofisticado y distante en la violencia y el horror de la guerra”. El propio Douglas escribió en la introducción a su libro Alamein to Zem-Zem que había “vivido las batallas del desierto como un niño una función de circo”. Pero Douglas no es un poeta frío: hay compasión en sus poemas, también por sí mismo, por lo que el conflicto ha hecho a su persona (“Condenado como estoy”), pero no deja nunca que la compasión perturbe o difumine su lucidez, la perspicacia con que observa la extraña pero compacta lógica de la guerra. “Qué sencillo es hacer un fantasma”, concluye, qué fácil es matar, hasta qué punto la sofisticada precisión de las armas modernas permite asesinar a distancia, con simple desapego. Ese desdoblamiento del civil en soldado, su coexistencia en un mismo cuerpo, un mismo tiempo y espacio, y la facilidad con que el yo va de uno a otro, es quizá el gran asunto de los poemas últimos de Douglas.
Un poema de Keith Douglas
Bajo el arco de una pelota,
niño que se convierte en hombre,
escruté el aire largo tiempo.
La pelota cayó en mi mano
y cantó en el puño cerrado: Abre ábrelo
ten este obsequio hecho para matar.
Ahora en mi disco de cristal emerge
el soldado que debe perecer.
Sonríe, y se desplaza con modales
que su madre conoce, hábitos suyos.
Los radios tocan sus facciones: Grito
ahora. La muerte, igual que un familiar,
oye y mira, ha hecho un hombre de polvo
de un hombre de carne. Esta alquimia
practico. Condenado como estoy, me distrae
ver difundirse el centro del amor
y las ondas de amor viajar hacia el vacío.
Qué sencillo es hacer un fantasma.
El mosquito ingrávido toca
su pequeña sombra en la piedra
y con qué semejante, qué infinita
ligereza, hombre y sombra se encuentran.
Se funden. Una sombra es un hombre
cuando el mosquito de la muerte se aproxima.
Túnez-El Cairo, 1943
Reconocido por sus poemas de guerra y por sus memorias tituladas 'Alamein to Zem Zem'.
Julio de 2011
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