El futuro, tantas veces vaticinado como una época de comodidad y de enormes facilidades, se ha ido imponiendo de manera casi inadvertida. En virtud de la máquina fotocopiadora, por ejemplo, un ignorante cualquiera puede hoy salir graduado de una universidad, como por arte de magia, sin necesidad de haber leído un solo libro completo en toda su carrera. ¿No se trata de un hallazgo tan fantástico como el de poder viajar al pasado en la máquina del tiempo? ¿No supera esta realidad las profecías de Verne y “las invenciones de ejecución imposible” de Wells?
La comodidad soñada por los grandes visionarios consiste en este caso en que un estudiante puede obtener, en unas pocas páginas, todo el saber contenido en un extenso volumen, y en unas pocas fotocopias, todo el conocimiento de la carrera. La época actual ha asistido, en consecuencia, al nacimiento de un nuevo tipo de intelectual: el doctor en fotocopias. Este nuevo espécimen, sustituto del erudito y del ratón de biblioteca, se caracteriza por su sagacidad, por su espíritu desenvuelto y directo, y porque no malgasta el tiempo libre en la lectura, sino en otras actividades con más roce social. La navegación en la red, para citar un caso, le permite también mirar aquí y allá, acumular datos desperdigados que puede tomar por un saber completo. ¿Para qué tantas vueltas y rodeos, si este estudiante sabe con exactitud lo que le preguntará el profesor? Es probable que el doctor en fotocopias carezca de una idea de conjunto, o que desconozca la conexión de las ideas entre sí, pero llega con facilidad al grano y cumple lo que se le exige. En algunos casos opera como una copia textual de su propio profesor.
Como respuesta a quienes se atreven a censurar esta reciente modalidad de ignorancia, este personaje podría alegar que se trata de una forma distinta de especialización acorde con el espíritu del momento. El profesional del pasado invertía todo su tiempo en conocer el conjunto y el detalle, para adentrarse morosamente en un tema; un doctor en fotocopias, en cambio, pretende enseñorearse de inmediato de parcelas específicas del conocimiento, en función exclusiva de un examen o de una prueba de saber. La época lo exige. Apoyado en Spinoza podría argumentar que un simple accidente le permite apropiarse de la sustancia, aunque no la agote. Es cierto que no conoce la obra completa de ningún escritor, ni las implicaciones completas de un tema, pero el dominio del detalle le permite hablar con una seguridad insolente de la que...
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Fue escritor y profesor de la Universidad de Antioquia. Escribió en El Malpensante la columna Satura durante casi cuatro años.
Noviembre de 2002
Edición No.42
Publicado en la edición
No. 204Uno de los frecuentes candidatos al Nobel confiesa su necesidad de llevar diarios, esos cuadernos por donde se cuela la luz. [...]