Suetonio escribe que, después de recibir veintitrés heridas por parte de los conspiradores, el cuerpo de Julio César permaneció por algún tiempo tendido en el suelo. Añade a continuación que el cadáver del emperador fue conducido por tres esclavos en una litera, de la que colgaba uno de sus brazos. Este detalle, en apariencia secundario o irrelevante, permite diferenciar a Suetonio de un historiador y vuelve más creíble el hecho narrado. Suetonio procede como un literato, pues su propósito no se propone la transmisión de los sucesos en sí mismos, sino, más bien, la recreación de las condiciones y del ambiente: en definitiva, la consolidación de una imagen nítida capaz de fijarse en la mente del lector.
La escena posterior al asesinato de César adquiero un carácter memorable en virtud de un rasgo peculiar que impide las abstracciones, lo mismo que la frialdad interpretativa en que incurren algunas disciplinas dominadas por un afán de demostración o de llegar a conclusiones indubitables. Para explicar la muerte del emperador se pudo haber recurrido a diversas teorías, a las que nada contribuirán, y más bien servirán de estorbo, los tres esclavos, la litera, el brazo colgante. Marcel Schwob diría como explicación de este procedimiento que el arte abomina de las ideas generales y que sólo desea lo único. El brazo de César equivaldría, entonces, a la nariz de Cleopatra, a las ánforas vacías encontradas en la casa de Aristóteles, o a las cáscaras secas de naranja que, según Boswell, guardaba el doctor Johnson en los bolsillos del saco. Estos detalles repugnan a la ciencia, pero sirven de fundamento al arte de la biografía. A un literato no le satisfacen los datos más notorios y conocidos, porque en ocasiones sólo sirven para ocultar la realidad. La curiosidad general suele complacerse con lo obvio y, sobre todo, con lo evidente.
Más que a la filosofía, a la poesía interesa que Sócrates hubiera caminado descalzo. Un aspecto que la filosofía consideraría como una superficialidad, como una distracción del dato esencial, o como una inclinación a la doxa en detrimento de la episteme, representa para la literatura una evidencia de lo que el filósofo griego se proponía como pensador, vale decir, tocar sin intermediaciones la realidad, ir hasta el fondo mismo de las cosas.
Las veintitrés puñaladas recibidas por Julio César no agotan la verdad y pueden...
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Fue escritor y profesor de la Universidad de Antioquia. Escribió en El Malpensante la columna Satura durante casi cuatro años.
Septiembre de 2002
Edición No.41