Coda
Los cementerios de elefantes son también el reino de las palabras devaluadas. Hay un par de ellas cuyo rescate vale la pena en Colombia.
Hasta la palabra (“accountability”) ha resultado difícil de traducir al castellano. En su origen, “responsabilidad”1 quería decir lo mismo que “accountability”, a saber: que es preciso responder por lo que uno hace o por lo que uno dirige. No obstante, el uso y el abuso de la moral católica, según la cual la confesión nos redime del pecado y nos deja listos para volver a cometerlo, hicieron que en castellano la responsabilidad adquiriera un saborcito abstracto y endeble; de repente empezó a tener implicaciones morales, más cómodas, pero no prácticas y mucho menos políticas. Así, en los mundos hispánicos el uso de la palabra se fue generalizando de preferencia en una modalidad interrogativanegativa: “¿Responsable yo? No faltaba más”.
Pongamos un famoso ejemplo nacional. Para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 1994 una de las campañas recibió millones de dólares provenientes del narcotráfico. Mientras el gerente y el tesorero de la campaña se enteraron del hecho, el candidato y el jefe de debate pensaron que todo ese dinero, el cual les resultó crucial a la hora del triunfo, fue una donación de la Asociación Protectora de Animales. Santo y bueno. Ya instalado el presidente en el poder, estalló el escándalo, y entonces se planteó el problema de la responsabilidad política por las problemáticas donaciones. En los lugares donde sí funciona el “accountability”, un presidente en un atolladero semejante renuncia al otro día debido a las mil implicaciones del hecho y al profundo daño que su continuidad en el poder promete causar a su país. También renuncia porque en adelante no podrá realizar un trabajo responsable y porque, en el futuro, a la hora de rendir cuentas a sus conciudadanos por el mandato otorgado, éstas serán un desastre. Me imagino que a estas alturas no tendré que detallar lo que pasó. Baste con decir que casi construyen un canal interoceánico por el río Atrato con tal de no encarar la responsabilidad política derivada de la paquidérmica donación.
Si el asunto apenas involucrara a un mal presidente, el problema sería menor o al menos temporal. Sucede, sin embargo, que es un mal tan común y silvestre entre nosotros que quizá por eso mismo el citado mal presidente decidió resistir en su puesto. Sus amigos citaron como antecedente —y aquí la moral en materia política opera un poco como las no...
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Es columnista de El Espectador y fundador de la revista El Malpensante.
Junio de 2002
Edición No.39
Publicado en la edición
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