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Mientras algunos la elogian, otros ven en la fascinación por la dificultad una indeseable transmigración de las pulsiones religiosas.
Una larga y arraigada tradición religiosa estima que el premio eterno sólo se alcanza mediante ingentes sacrificios personales. La idea del paraíso, por esta razón, brota de una humilde imaginación que habla de escollos y de esforzados merecimientos. La aflicción representa la garantía para un gozo postergado hasta la otra vida, de suerte que el disfrute de alguna recompensa anticipada se considera inmerecido y se entiende como el anuncio cierto de una próxima desgracia.
La afirmación según la cual el camino del cielo se encuentra erizado de espinas representa una enseñanza repetida con énfasis en los cursos de inducción a la doctrina religiosa. Las vidas de los santos más representativos, utilizadas como modelos dignos de imitación, resaltan precisamente las penalidades necesarias para obtener el galardón de la vida eterna. De ahí que el martirio, la virginidad, el ayuno, el cilicio, la oración, la obediencia, es decir, todos los sufrimientos y privaciones posibles se tomen como los únicos medios para alcanzar el paraíso, y configuren también el ideal que los fieles deben perseguir en su modo de actuar y de desear. Para esta concepción religiosa, el deseo y el dolor resultan inseparables uno del otro, de modo que se anhelan pruebas y padecimientos, antes que triunfos terrenales. Esta religiosidad, marcada por la huella indeleble del estoicismo, afirmará que una vida plena de inconvenientes evidencia una inobjetable y deseada elección divina. Lucio Anneo Séneca, en el tratado De la divina providencia, sostiene que “las cosas prósperas suceden a la plebe y a los ingenios viles”, y que, al contrario, “las calamidades y terrores, y la esclavitud de los mortales, son propios del varón grande”. En su afán por defender la dificultad, Séneca llega al extremo de asegurar que “el vivir siempre en felicidad, y el pasar la vida sin algún remordimiento de ánimo, es ignorar una parte de la naturaleza”.
Este pensamiento, adecuado para crear una moral de esclavos, según Nietzsche, o cuya pretensión consiste en “ser libre tanto sobre el trono como bajo las cadenas”, según Hegel, sirvió de fundamento teórico al cristianismo y se convirtió, en ciertos aspectos, en parte integral de la misma doctrina. Una moral concebida en principio para contener los ímpetus de la plebe romana penetró de modo tan profundo las distintas capas de la cultura, que los logros personales y la fortuna favorable comenzaron a tomarse desd...
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Fue escritor y profesor de la Universidad de Antioquia. Escribió en El Malpensante la columna Satura durante casi cuatro años.
Mayo de 2002
Edición No.38