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En breve, La Iguana Ciega reeditará El cadáver de papá, la intensísima nouvelle del escritor colombiano afincado en Nueva York. He aquí el prefacio a la nueva edición.
Fotografía de Luis Miguel Charris
En algunas fotos de mi infancia aparezco disfrazado de torero y del Zorro. Mi madre tenía talento para la costura, y expresaba su creatividad en los disfraces de carnaval de mi hermana y en los míos. En su taller de costura, en la calle 58 del barrio Boston de Barranquilla, mi madre confeccionaba capuchones de sedas vistosas que hoy, casi medio siglo más tarde, puedo acariciar con los dedos de la memoria.
De niño, mi participación en el carnaval se limitaba a lucir las confecciones de mi madre y, desde la esquina de la avenida Olaya Herrera con la calle 58, a ver pasar las carrozas, las reinas y las comparsas que animaban la Batalla de Flores. Y también, ¿cómo no?, a tirar puñados de maizena a los desprevenidos.
En 1966, mi madre, mi hermana y yo emigramos a Tampa, Florida, una ciudad con una significativa población de cubanos y descendientes de españoles –refugiados de grandes conflictos históricos del siglo XX–. Recién graduado de la Universidad del Sur de la Florida en 1972, decidido a convertirme en escritor, regresé a Barranquilla, mi ciudad natal, donde había vivido intermitentemente antes de que partiéramos hacia los Estados Unidos.
El reencuentro con el carnaval me reveló la fuerza dionisíaca de las fiestas de Momo, la importancia para nuestra cultura de esos días de celebración y desenfreno, cuando los barranquilleros nos ponemos máscaras para desenmascararnos, para mostrar –con impunidad– nuestra verdadera naturaleza.
Descubrí también que durante esos días de carnaval las barreras de clase se relajan, y los prejuicios raciales son imposibles de mantener cuando sale a flote –con claridad alucinante– que nuestro carnaval es una fiesta de hondas raíces africanas, y que la cultura barranquillera auténtica es más negra que blanca, más africana que indígena o española. Ese carnaval de mi regreso dejó en mí una impresión catártica e indeleble.
En esos años, además de mi apasionamiento por el cine, soñaba con ser poeta. Entre los poetas que más admiraba –los llamados poetas confesionales norteamericanos–, se encontraban Sylvia Plath, Anne Sexton, John Berryman, Delmore Schwartz y Weldon K...
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En 2006 publicó la novela 'Nuestras vidas son los ríos' ; ahora prepara un nuevo libro, 'Cervantes Street'.
Noviembre de 2011
Edición No.125