Los libros que publican las universidades casi no circulan, por lo cual se critica a sus editores, como si el problema estuviera en la distribución, no en el catálogo. En realidad (a menos que se independicen), no son, ni pueden ser, verdaderos editores. Por razones institucionales, tienen que publicar libros que sería mejor esconder. Las bodegas se encargan de esta función piadosa, negada al editor. La escasa circulación, que parece el problema, es de hecho una solución (muy costosa) para objetivos contradictorios: la necesidad de publicar y la prudencia de esconder.
La casa de estudios y la casa editora están emparentadas por el libro, pero son instituciones muy distintas. La universidad es medieval. Aunque ahora es casi siempre laica, y en muchos casos cuenta con laboratorios que investigan en las fronteras del saber, con bibliotecas que son una bendición y con instalaciones modernísimas, nació para administrar y desarrollar la verdad autorizada. Su larga lucha por la libertad de investigación y de cátedra, así como sus claudicaciones, tienen que ver con eso: para el poder (eclesiástico, político, económico) es decisivo administrar la verdad, y peligroso dejar suelto lo que puede caer en manos de un demagogo.
La imprenta anima la lectura libre. Es una institución liberal. No es la extensión del claustro, sino el renacimiento del ágora: de la Atenas que inventa el poder ciudadano, los debates y el primer mercado de libros (copiados a mano). A diferencia de los libros sagrados que están bajo control eclesiástico, de los libros de texto sujetos a las autoridades, de los artículos científicos sujetos a autorización previa, los libros comerciales están sujetos al juicio del lector.
El mundo universitario, aunque ya no administre el dogma, está en la tradición del saber jerárquico y la ortodoxia, de la lectura vertical, transmitida del maestro al discípulo, con las credenciales necesarias. El mundo editorial está en la tradición de la conversación entre iguales: la tertulia amistosa y el debate conciudadano. Su autoridad emana de algo muy poco respetable para el saber autorizado: la dicha de las cosas bien dichas.
En las imprentas universitarias mandan las credenciales y los comités. En las empresas editoriales manda el lector. Por eso, la basura que imprimen las universidades refleja el “mercado” de los ascensos en las carreras institucionales: editar no es dirigirse al público lector, sino armar expedientes, en beneficio del currículo (person...
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Su último libro, publicado por Debate en 2013, se titula 'Dinero para cultura'.
Febrero de 2002
Edición No.36