Perfil
A pesar de sus méritos musicales y su trayectoria como concertista junto a Martha Senn, el de Pablo Arévalo es un nombre muy poco reconocido fuera del círculo de los melómanos. Tras su muerte, hace poco menos de un año, una cronista revela al personaje siempre oculto tras una espesa capa de timidez.
Ilustración de Juan Pablo Gaviria
Pablo Arévalo, el pianista exquisito, tímido y lúcido, murió el 25 de abril de 2014 en un silencio más grande que la discreción con la que vivió su vida. El casi absoluto mutismo de los medios –que habían documentado su carrera como solista y acompañante de Martha Senn– y el de su propia familia –que no quiso poner una esquela funeral en el periódico porque “era muy costosa”– parecieran repetir la historia de tantos artistas que, pasada una gloria efímera, momentánea, se hunden en el olvido de la vejez. Pero Pablo era una figura muy atractiva, un niño tímido que se convirtió en músico y un brillante concertista a pesar de sus vacilaciones; un profesor y un conversador cultísimo que coleccionaba patos disecados y tallas quiteñas; un católico devoto de la figura del Divino Niño del 20 de Julio; el organizador de recitales avant-garde que vivió atrincherado en una casa del barrio Santa Fe rodeada de prostíbulos.
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Es autora del libro para niños El bajo Alberti. Actualmente estudia un posgrado en literatura en la Universidad de Texas
Febrero de 2015
Edición No.160
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