© Marja Flick-Buijs • Freeimages
El bote era de un hermano de Álex, o de un tío de Rodolfo, ya no lo recuerdo bien. Fue hace más de veinte años. Tampoco recuerdo bien por qué elegimos navegar en esas aguas tan turbulentas.
Puerto Mocho es una playa desierta, a un lado de Bocas de Ceniza, justo donde desemboca el río Magdalena. Hay dos teorías que explican el nombre de esta playa. Una se refiere a pescadores que perdieron un dedo, una mano o un brazo por la costumbre de trabajar con dinamita; la otra habla de ahogados desmembrados que siempre ha arrastrado el río desde el corazón del país, víctimas de machetazos.
–¿Ustedes son marinos profesionales? –nos preguntó un pescador que estaba en la orilla desenredando su atarraya y que había escuchado adónde pensábamos llegar remando.
–No –respondimos enseguida.
–¡Entonces están locos! –exclamó–. Se van a ahogar o a estrellar contra los acantilados.
–¡Bah! –no le hicimos caso, inflamos el bote y subimos. No acabábamos de instalarnos cuando una ola inmensa nos volteó y perdimos los remos. Para no volver tan derrotados, desinflamos el bote y caminamos hasta Sabanilla, la playa adonde pretendíamos llegar remando.
El litoral de Puerto Mocho está atestado de palos, algas y desechos, y el agua es oscura, porque está teñida del agua del río. Años atrás yo había leído en el periódico sobre el levantamiento de un pie en esa playa. La nota reproducía parte del acta y la descripción pormenorizada del pie: los colores de la media, el dibujo de unas raquetas a la altura del tobillo y la talla del zapato. Al final de la playa hay que trepar un cerro para llegar a la otra. En ese punto comprendimos por qué el pescador pensaba que estábamos locos. Delante del cerro hay unas rocas enormes, contra las cuales golpean furiosamente las olas.
Cuando descendimos a la otra playa, encontramos un panorama muy distinto a Puerto Mocho: el paisaje habitual de una playa turística. Caminamos entre bañistas, vendedores y fotógrafos ambulantes, y al cabo de un rato, sin ponernos de acuerdo, nos detuvimos y comenzamos a inflar el bote. Nos acostamos bocarriba con la ropa puesta y dejamos qu...
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Su libro El proletariado de los dioses (Collage Editores, 2016) estuvo nominado al Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana. Colabora con El Tiempo, Arcadia, El Heraldo y El Malpensante.
Febrero 2016
Edición No.171