Artículo
El acto espiritual de hacer una película choca irremediablemente con el afán práctico de sus productores, que a veces acaban envileciendo el trabajo de los realizadores con sus restricciones
y exigencias. En este texto dirigido a cineastas y cinéfilos, el director sueco escarba en su memoria buscando respuestas a su obstinado amor por el séptimo arte.
Hacer películas es para mí un imperativo de la naturaleza, una necesidad comparable con el hambre y la sed. Algunos logran expresarse escribiendo libros, escalando montañas, golpeando a sus hijos o bailando samba. Yo me expreso haciendo películas.
En La sangre de un poeta (1930), el gran Cocteau nos muestra a su álter ego tambaleándose por un deprimente corredor de hotel y nos hace observar detenidamente, tras cada puerta, proyecciones alucinantes que constituyen su “yo”.
Sin pretender compararme con Cocteau, he pensado en conducirlos en un recorrido por mis estudios interiores, donde mis películas se desdoblan sin ser vistas. Temo que esta visita los decepcionará: el equipo está siempre regado por ahí, porque el dueño se la pasa demasiado ocupado en asuntos del negocio como para encontrar el tiempo de poner las cosas en orden. Adicionalmente, la luz es más bien deficiente en ciertos lugares, y algunas puertas están enfáticamente marcadas con la palabra “privado”. El mismo guía a veces se pregunta qué vale la pena mostrar de allí.
De todos modos, abriremos unas cuantas puertas. Esto no quiere decir que detrás de ellas encontrarán la respuesta precisa a las preguntas que se han planteado, pero a lo mejor serán capaces de juntar algunas piezas del complicado rompecabezas que representa el desarrollo de una película.
Si consideramos el elemento fundamental del arte cinematográfico, la tira perforada de película, notamos que está compuesta por pequeñas imágenes rectangulares –52 por metro–, cada una separada de su vecina por una banda negra. Al mirar más de cerca, descubrimos que estos diminutos rectángulos, que a primera vista parecen contener los mismos detalles, difieren unos de otros por modificaciones casi imperceptibles. Y cuando el mecanismo que acciona el proyector permite presentar en la pantalla estas imágenes sucesivas, de manera tal que alcanzamos a ver cada imagen solo por un veinticuatroavo de segundo, experimentamos la ilusión de movimiento.
El contenido de esta sección está disponible solo para suscriptores
(Suecia, 1918 - 2007) Cineasta, guionista y escritor. Es considerado uno de los directores más influyentes de la segunda mitad del siglo XX.
Septiembre 2016
Edición No.178
Publicado en la edición
No. 203Dossier de Ficción [...]
Publicado en la edición
No. 204Así se llama el último libro de Eric Hobsbawm sobre Latinoamérica, que un colega cáustico desmenuza y destruye con celo de historiador. Dos versiones británicas de n [...]