Perfil
No es claro cómo es que, en plena época rocanrolera, un muchacho de traje formal, que rompía en llanto con sus propias melodías romanticonas, logró impregnar la memoria colectiva de todo el continente y hacernos cantar, en dos idiomas, letras cursis que en su voz sonaban como axiomas sobre el amor.
Ilustraciónde Álvaro Tapia Hidalgo
La cantante de ópera Maria Callas decía que llorar el primer día del año traía mala suerte. Roberto Carlos, como ella y tantos otros artistas, siempre ha sido presa de las supersticiones. No graba discos ni comienza una gira en agosto, “el mes del disgusto”, según los agoreros. Nunca pasa por debajo de una escalera. Siempre sale de un lugar por la misma puerta por la que entró y deja restos de comida en el plato para “alimentar a los espíritus”. Su nombre tiene 13 letras, pero él nunca se sienta en sillas con ese número o viaja en autos que lo tengan en la placa. Su favorito es el 5, y este aparece al final del número de serie que identifica cada uno de sus discos. Durante décadas, Roberto Carlos, el cantante que al terminar un concierto susurraba al micrófono “puta”, “mierda” o “verga”, no volvió a mencionar en sus canciones palabras como “infierno”, “mal” o “mentira”. Hoy, a punto de cumplir 77 años y tras una terapia contra el trastorno obsesivo-compulsivo, volvió a cantar “Quero que vá tudo pro inferno”, esa canción que a los 24 años lo coronó como “el Rey”.
Una persona con trastorno obsesivo-compulsivo puede pasar todo el día lavándose las manos si le aterra pensar en los microbios. O eliminar de su casa los floreros, porque al mirarlos le duele la barriga. En el cerebro del cantante más famoso del Brasil, la angustia se activaba cada que aparecían palabras que le sonaban negativas. Cuando Tom Jobim, compositor de “Garota de Ipanema”, le ofreció el vals “Luiza”, se negó a grabarlo porque no le gustó la palabra “exorciza” en el coro. El hombre que vendió en Latinoamérica más discos que los Beatles se ha negado a firmar documentos cuando la Luna está menguante, pero nunca se ha prohibido llorar mientras canta, aunque sea el primer día del año. (Aunque quienes trabajan con él a veces sí tienen la obligación de contenerse. Una vez, mientras Roberto Carlos grababa un disco, a un técnico de sonido le pidieron que parase de llorar porque estaba mojando la consola.)
Lo dicho: ni el mismo Roberto Carlos es inmune al efecto lacrimógen...
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(Guayaquil, 1979). Periodista y traductora. En 2015 fue finalista del Premio Gabriel García Márquez de Periodismo de la fnpi y en 2108 ganó la Beca Michael Jacobs de crónica viajera que otorga esa misma organización. Sus textos han aparecido en Gatopardo, Etiqueta Negra y Mundo Diners, entre otros medios.
Abril 2018
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