Ensayo
Tras años de tener un inquilino indeseado, un hombre intenta precisar el momento en que llegó a su oído la enfermedad que taladra las paredes de sus tímpanos.
Ilustración de Ana Yael
Desde la infancia hay un ruido perpetuo en mis oídos que nadie más puede escuchar. Su tono agudo se parece al feedback de los micrófonos y resuena día y noche sin interrupción. Se llama tinnitus o acúfeno. En ocasiones, parece crecer y encumbrarse sobre los demás sonidos, los engulle y se apodera de mi conciencia. Es normal que algunos oigan un leve zumbido tras asistir a un evento musical. En los últimos años esto se ha popularizado como un recurso de las películas de acción. Estalla una bomba, el protagonista camina desorientado, los escombros levitan alrededor y un pitido inunda la sala de cine, aminorándose progresivamente hasta que regresan los sonidos del exterior.
En mi caso, el zumbido es tan fuerte que interfiere con mi audición: lo puedo oír mientras converso con otra persona y me desconcentra cuando leo. Debo convocar todas mis fuerzas para no fijarme en él, para que su presencia no plante un cristal entre los demás y yo. Estoy más tranquilo si se oculta bajo la piel de los sonidos cotidianos. Muchos se quejan del estruendo de los autobuses, pero estar dentro de estos me confiere un alivio que no encuentro en otro lugar, mucho mayor que el que hallaría en la naturaleza o en el campo. A veces agradezco vivir en la periferia, en un barrio lejos de los lugares interesantes de la ciudad. De otro modo no tendría necesidad de utilizar el transporte público, en el que el rugido de los engranajes se oye más que la sierra alojada en mi cabeza.
Cuando no hay otros ruidos, mi tinnitus suena tan alto que me da la impresión de que alguien que ponga su oreja contra la mía podría oír lo que retumba en mi interior. Sin embargo, sé que no encontraría nada. En cambio, yo no he conocido el silencio. Es posible que lo haya percibido en algún punto de mi infancia, aunque esto puede que solo sea producto de mi anhelo. Desde que tengo memoria, algo siempre resuena en mis oídos. Tan lejos me siento del silencio que procuro evitar la palabra. Nunca diría “este lugar está en silencio”; prefiero el término “callado” y decir “aquí todo está callado”, porque no puede haber silencio si yo no participo de él. En cambio, lo callado calla a pesar de m&iac...
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(Bogotá, 1993). Estudió filosofía y tiene una maestría en literatura. Fundó y codirige la revista de poesía Otro páramo.
Agosto 2018
Edición No.199
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