Crónica
El plasma se comporta alternativamente como un gas, un líquido o un sólido. En esta oportunidad, es el único lazo que la autora conserva con sus compañeros del departamento de física de la Universidad de Iowa, luego de que sus vidas quedaran en suspenso.
Ilustraciones de Graceina Samosir
La collie me despierta unas tres veces por noche, llama desde una gran distancia mientras remo en mi bote a través de un sueño tenue y complicado. Está en la costa, ladrando. Despierto. Me mira con la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado, el hocico largo, los ojos vigilantes, las uñas apretadas contra el piso de madera para tener agarre. Solíamos llamarla la cara del amor.
Se tambalea sobre sus patas de escoba al entrar al pasillo y luego, al cruzar por el umbral de la cocina, da un giro brusco a la izquierda frente al refrigerador –cuidado, casi cae–, y luego directo hacia la puerta. Yo duermo de pie en el frío de la entrada y espero. Aquí viene. La cargo dos escalones. Orina y se levanta: Lassie con el pelaje desgastado mira hacia el jardín.
A la luz del porche los árboles tiemblan, las ardillas se dan vuelta mientras duermen. La Vía Láctea es una larga mancha en el cielo, como un borrón en una pizarra. Sobre la casa del vecino, Marte produce un destello blanco, luego rojo, luego blanco otra vez. Júpiter está escondido entre parpadeos y resplandores anónimos. Tiene una luna con volcanes arrojazufre y un hermoso nombre: Ío. Lo aprendí en el trabajo, del grupo de hombres que me rodean allí. Físicos espaciales, tipos que pasan días enteros con la cabeza asomada por la tela del cielo para escuchar los sonidos del universo. Tipos cuyas vidas hacen tic-tac como relojes despertadores a punto de sonar, aunque ninguno de nosotros lo sabe todavía.
La perra se da vuelta y mira, espera a que la carguen los dos escalones de vuelta arriba. Dentro de la casa, se deja caer como un zapato sobre la manta, un ruido sordo, un reajuste. He vuelto a meterme en las cobijas, pero su pata está atascada debajo de ella, no logramos acomodarnos. Le arreglo la pata, ella se da vuelta y duerme. Dos horas más tarde me despierto, ella me mira fijamente desde la oscuridad. La cara del amor. Quiere salir de nuevo. Le doy un impulso y la equilibro sobre sus patas. Justo a tiempo: 3:40 de la mañana.
Hay ardillas viviendo arriba, en el cuarto de huéspedes. También viven tres perras en esta casa, pero ellas sí fueron invitadas. Mantengo cerrada la puerta del cuarto en todo momento, por las ardillas y porque ahí es donde est&a...
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(Chicago, 1955). Estudió escritura de no ficción en la Universidad de Iowa, donde fue editora de una revista de física. Ganó el Whiting Foundation Award en 1997, y es autora de los libros The Boys of My Youth (1998) e In Zanesville (2011).
Agosto 2018
Edición No.199