El cesto del magazín, una antología del rechazo

Presentación y selección de Jaime Andrés Monsalve

Ser editor implica responder a las ilusiones de muchos autores con un no. Algunos han convertido esa obligación cotidiana en una brillante forma de infamia cercana a la literatura. La correspondencia entre colaboradores y editores del Magazín Dominical de El Espectador revuelve en el mismo cesto las perlas y los cerdos.

POR Jaime Andrés Monsalve

Enero 27 2021
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Ilustración de Marcianita Barona

 

Todo el mundo tiene un libro dentro, pero en la mayoría de los casos es ahí donde debería quedarse.

Christopher Hitchens

 

Gracias por los elogios. Lamentamos no poder retribuírselos.

Respuesta del Magazín Dominical a un lector

 

Hubo un tiempo en el que para saber si servías o no como escritor podías recurrir, si te atrevías, al más contundente y severo de los dictámenes: el del Magazín Dominical del diario El Espectador en la década de los sesenta.

El día de descanso dejaba de serlo para quienes entre la desazón, la esperanza y la expectativa se hacían a un ejemplar del hebdomadario para verificar si su poema, su cuento, su ensayo, aquel escrito en el que dejaban la vida y que enviaban con total convencimiento, era por fin objeto del beneplácito de los editores. Acaso con su publicación podrían arañar un poco o mucho de la gloria prometida del Parnaso.

La eclosión literaria de los sesenta tuvo en el Magazín, publicación en formato tabloide dirigida por el legendario Gonzalo González Fernández, GOG (Aracataca, 1920 - Bogotá, 1992), una certera plataforma de legitimación. No fue el único órgano encargado de establecer un canon literario, pero hizo lo suyo al divulgar la obra de los autores de la generación Mito (es de antología su edición monográfica a la memoria de Eduardo Cote Lamus), al apostarle de frente y con entusiasmo al nadaísmo y al dedicar páginas enteras –como las del recordado ejemplar del 1° de mayo de 1966 que incluyó el primer capítulo de Cien años de soledad– a intuir lo que llegó a ser Gabriel García Márquez.

Había una manera de saber si el Magazín te había catapultado hacia la cima, y era ver publicado tu nombre en letra de molde, encabezando tu esforzado escrito. Por el contrario, si te leías en la sección “Cartas del Domingo”, te aguardaba la infamia y el desprestigio.

Semana tras semana, abnegados intentos de escritor hacían llegar sus colaboraciones a la espera del visto bueno de GOG y de un equipo de trabajo que incluía a Gonzalo Arango, Antonio Panesso, Walter Engel y José María López, “Pepón”. Lejos estaban de castigar las malas intentonas con la indiferencia: para ellos, siempre resultó mejor el mazazo de la honestidad.

Algún lector llamó al Magazín “el coco de los escritores”. La publicación ripostó diciendo: “¿El coco de los escritores? No: de los que no lo son”.

Firmadas bajo las simples iniciales md, las respuestas del Magazín Dominical de El Espectador a aquellos lectores postulantes a colaboradores eran, ante todo, sinceras. Y en esa sinceridad se deslizaba sin ambages el poder fulminante de la palabra. Estaban libres de cualquier condescendencia y eran mezcla de rotundo sarcasmo y del humor más corrosivo. Quienquiera que viera tirado su escrito en lo que GOG y compañía llamaban “el cesto” del Magazín se lo pensaba dos veces antes de volver a cometer literatura.

Nombres destacados de la generación literaria posterior a los sesenta lograron con mayor o menor suerte pasar por el cedazo. “La publicación de su cuento es nuestra respuesta” y “se publica hoy” fueron sucintas réplicas a las cartas de un par de jóvenes llamados Óscar Collazos y Fanny Buitrago. Mientras a un Umberto Valverde, a quien en un intento previo le respondieron que en su cuento existían “perlas cultivadas, perlas verdaderas y perlas falsas”, podían después decirle: “Esta vez, las perlas eran falsas”.

Durante años, muchos de esos lectores tomaron por costumbre bombardear a la redacción con escritos casi diarios, a manera de protesta por no recibir la atención que debían merecer sus obras, rústicas, ingenuas, primitivistas, si hubiera que buscar un referente en la plástica. Ante la andanada, los editores decidieron abrir por fin un espacio semanal para publicar algunas de ellas. Los aspirantes a bardos y a aedos de turno habrán sentido que ganaban la batalla: nada ni nadie tenía por qué imponer un juicio de valor sobre su obra.

El Magazín igual se salía con la suya: la sección, que empezó a publicarse el 8 de diciembre de 1968, fue bautizada “Dan ganas de llorar”.

“En este espacio el Magazín Dominical publicará lo que puede ser lo mejor o lo peor de la poesía. Que el cielo, los entendidos y ustedes lo juzguen”, era la declaración de principios de aquella picota que hizo que muchos desistieran de poner a consideración sus escritos y en la que aparecer suponía el más terrible de los descréditos.

A pesar de ello, algún que otro aspirante llegó a agradecer la poca sutileza del md. El lector J. G., de San Bernardo del Viento (¿les suena?), luego de ver publicado uno de sus cuentos envió otro, añadiendo en su carta: “Le pido un favor adicional: no tenga consideraciones. Contra lo que opina la mayoría de sus lectores y los aspirantes a ‘emedeístas’, yo creo con firmeza que ningún sistema mejor que ese suyo de decirle al pan, pan, y al vino, vino”. El Magazín le hizo caso y no publicó su nuevo cuento.

Entre los muchísimos intereses que lo caracterizaron y entre los cuales se encontraban la literatura, la redacción, el periodismo, el cómic, los deportes y hasta el hallazgo de colores con nombres raros (¡!), Gonzalo González, GOG, fue un obsesivo de la pedagogía. En la carencia de maquillaje que se percibe en las respuestas de las “Cartas del Domingo” hay un reflejo de ello. Sabía, como le contestó a algún furioso postulante que sustentaba su genialidad en lo que le decía la gente, que algún día, al menos a la distancia, se lo iban a agradecer. “¡Créalo! –escribió–. Somos, en realidad, mucho mejores amigos suyos que los del coro de la adulación”.

Hoy, en tiempos en los que prima la corrección política y el exceso de sinceridad es apenas menos que una puñalada, respuestas como las de las “Cartas del Domingo” del Magazín Dominical de El Espectador son impensables. Habrá quienes vean en ellas un exceso de grosería innecesaria o un prurito de soberbia intelectual que acabó con cientos de aspiraciones, algunas de las cuales, quién sabe, habrían podido llegar a buen puerto. A la luz de los cincuenta años y más que han pasado desde su publicación, un recuento como el presente, extraído de ejemplares desde 1964 hasta 1970 (de cada carta publicamos solo la idea principal y la respuesta), también nos puede hablar de la interacción cuando no existía la inmediatez de los foros y las redes; de cómo la prensa pudo haber tenido un papel determinante en el canon, al fungir como un colador que dejó pasar una poca “buena” literatura entre mares enteros de “mala”.

O, tan simple como esto, el recuento también puede apelar al lado más elegante y virulento de nuestro sentido del humor. Ustedes son quienes escogen cómo juzgar estas respuestas, en las que ante todo sobresale la contundencia de un proceso curatorial. Ya lo dice una de ellas: “Por muy duro que parezca, hay que destruir la maleza para que crezca el trigo bueno. Usted y muchos son la maleza y a nosotros nos ha tocado desyerbar...”.

 

 

 

Leí en su diario algo sobre la escasez de escritores jóvenes. Me decidí a mandarle esto, a ver qué opina.

R/ Escasez comprobada.

 

Algunos amigos me han desalentado diciéndome que ni el cuento ni los versos valen la pena, pero como mi opinión difiere de la de ellos...

R/ Estamos bastante de acuerdo con sus amigos.

 

Lean estas cosas. En caso de que no les agraden, les agradecería las sometieran al juicio de los lectores.

R/ Le evitamos el fallo de los lectores. El nuestro es mucho más benévolo.

 

...confío, sin embargo, que su decisión no convierta en Hiroshima una esperanza.

R/ ¡Hiroshima es poco!

 

No soy colombiana... mas, sin embargo, me atrevo. Deseo colaborar con ustedes enviándoles dos poemas, obra mía en mis ratos de ocio.

R/ No solo los colombianos son a veces pésimos poetas.

 

...es un cuento que nació con ansias de propagar su eco.

R/ Hay silencios que se oyen mejor que los ecos.

 

Soy llanero. Soy ciudadano del mundo y amo la vida. Escribo en función de un instante y no para un futuro incierto que no tiene continuidad. Además de todo esto, no leo El Espectador. Les envío algo que tal vez deseen utilizar algún día como relleno.

R/ Si usted no nos lee, nosotros sí. Para desgracia nuestra.

 

Venciendo mi habitual timidez en cuanto a publicidad se refiere, me he resuelto a enviarle algunos poemas de mi producción.

R/ Los preferimos tímidos... ¡Al menos ciertos pecados poéticos quedan inéditos!

 

Les hago envío de uno de mis trabajos. Fue sacado de un basurero.

R/ Basura eres y en basura te convertirás.

 

Les envío esta creación. Les aseguro que no tengo el menor interés en verla publicada.

R/ Ni nosotros en publicarla.

 

Esta noche he escrito unas cuantas idioteces con el propósito de enviarlas para conocer su opinión al respecto.

R/ Usted tiene sobrada razón: son idioteces.

 

Siguiendo sus insinuaciones, que mucho agradezco, he vuelto a escribir el cuento “La chiva”, reduciéndolo a tres cuartillas.

R/ Quedó reducido a nada.

 

Le remito el cuento “Genio incomprendido”. Espero que usted me comprenda.

R/ Imposible. A los genios como usted no los entiende nadie.

 

Sin aspirar a ganar premio alguno, pienso mandar al concurso de El Tiempo el soneto cuya copia les incluyo.

R/ Que el Tiempo lo juzgue.

 

Para mandar estos poemas no se necesita hablar. Solo basta decir: sí o no... Y usted, ¿qué dice?

R/ Ni mu.

 

Vamos a ver qué les parece mi primer intento.

R/ Ojalá sea el último.

También pueden publicar la poesía si lo desean, pero que conste que, como dije anteriormente, no soy poeta.

R/ ¡Desde luego que no lo es!

 

Debe tenerse en cuenta que quienes enviamos artículos no somos unos Rubén Darío ni unos Allan Poe, sino unos pequeños principiantes.

R/ Lo grave no es ser principiante... Lo grave es no tener siquiera principio. Ese es su caso.

 

Soy joven. Laboro en el agro. Escribo sonetos. ¿Son publicables?

R/ En el agro está su porvenir.

 

Allí les envío cuatro poemas (...). Soy pesimista en cuanto a la suerte que les espera.

R/ Su pesimismo es más que fundado.

 

Escribo versos, poesías, cuentos, artículos, pero todos ellos guardaditos están.

R/ Y guardaditos déjeles.

 

Le envío estos poemitas para que me haga el favor de pasarlos por el tamiz, para ver qué queda de ellos.

R/ Nada.

 

Espero que los clásicos y tradicionalistas no me maldigan por esta primera tentativa en pro de una publicación poética.

R/ No solo los clásicos y los tradicionalistas... ¡Seguramente que hasta los modernos se pondrían de acuerdo con los viejos sobre su caso!

 

Esta es la quinta vez que les escribo; no permitan que se llegue el día en que claudique de una vez por todas a la literatura, que me presentan ustedes tan escurridiza.

R/ Somos tercos. Por sexta vez: no.

 

Se me ocurrió escribir algo y terminado mi insomnio me acordé de usted y de su gran cesto.

R/ ¡Su insomnio nos produjo un sueño irreprimible!

 

Estoy enviándoles un pequeño cuento de un hombre que sufre las crueldades de la guerra, y que, a pesar de esas crueldades, finalmente la acepta como un acto muy natural de la especie humana.

R/ El resumen en su carta del cuento que nos envía es mejor que el cuento entero.

 

Le transcribo unos versos que compuse en el colegio hace diez años.

R/ Afortunadamente esto fue hace diez años. Esperamos que no haya vuelto a pecar.

 

Si es formal tanto como buen verdugo, publique a lo menos dos causas de las que motivaron la negación. Le quedo tristemente agradecido.

R/ Su carta ya es una causa... La otra es todavía más simple: su poema se parece a la carta como dos gotas de agua.

 

Te envío un tornillo para colaborar con la mecanización de la humanidad, destinada como lo decía Traian, personaje de La hora 25, a ser víctima de los esclavos técnicos.

R/ Ese tornillo te falta a ti.

 

Adjunto les envío un breve cuento.

R/ En su caso no se cumplió el dicho de que lo bueno si breve dos veces bueno. Ocurrió al revés: lo malo si breve dos veces malo.

 

En estos tiempos de la agonía del soneto, por culpa y decadencia de los sonetistas más que del soneto en sí, me tomo la libertad de remitirle el que he compuesto.

R/ Sí, el soneto está en agonía. Y usted contribuye a su muerte.

 

He aquí que le envío un cuento para que lo intitule como usted crea.

R/ Ni siquiera merece un título.

 

De no tener qué hacer, me he dedicado a escribir un libro de poesías que ya lo estoy terminando.

R/ ¡Dios quiera, en nombre de la poesía, que encuentre pronto cualquier trabajo!

 

El haber escrito esto, y lo adjunto, ha dejado en mí el sabor de la fatiga. La única satisfacción es que, al usted leerlo, habrase agotado también y si por desgracia para muchos, usted decide publicarlo en su Magazín, su cansancio se verá compensado con el de otros.

R/ Con que se canse uno es suficiente.

 

Les adjunto unas breves reflexiones. Suyo, lector, al igual que ustedes poco adulador y siempre inconforme.

R/ Comience por ser inconforme con usted mismo. Si lo hubiera sido no nos habría enviado lo que nos mandó.

 

Hoy tuve la osadía de enviarle esto. Quiera Dios que no sea el cesto el que lo reciba.

R/ Usted, y no Dios, es el responsable de que lo que nos envió fuera al cesto.

 

Cordialmente solicito su publicación. Si no lo estima digno de publicarse, le ruego no echarlo al basurero; obséquieselo a un amigo.

R/ No acostumbramos ofender a los amigos ni a los lectores con esta clase de regalos.

 

Recuerden que quienes enviamos nuestra producción intelectual, el producto de nuestro esfuerzo y consagración que copa las horas libres, no tenemos más propósito que contribuir a la grandeza de Colombia.

R/ La Patria no solamente necesita poetas; también requiere del esfuerzo para las faenas agrícolas y otras labores.

 

Tal vez la publicación de este ensayo sea el impulso que estoy necesitando para adentrarme más profundamente en el campo de las letras, que tanto me atrae.

R/ Ensaye “adentrarse más profundamente” en otra actividad.

 

No sé escribir bien a máquina y espero que sabrá perdonar mis errores.

R/ Estamos de acuerdo: ni a máquina ni a mano.

 

Estoy poniendo a su consideración “Silbando bajo la lluvia”, poema de mi cosecha que espero, si no resulta de su agrado, al menos merezca un concepto respetable.

R/ Su cosecha está perdida.

Me permito enviarles el soneto “Felicidad”. De antemano estoy cierto de su publicación, por cuanto es el arte bello en contraposición al desastre horrendo que se viene publicando en casi todos los suplementos literarios de nuestro país.

R/ Lo verdaderamente horrendo es su soneto.

 

Mi intento era hablar de un perro cualquiera, callejero. ¡Qué vaina! Terminé recordando un hombre. La causa freudiana la ignoro.

R/ Nosotros también ignoramos la causa freudiana que lo impulsó a escribir algo tan perro.

 

Muchos amigos han insistido en que tengo condiciones de escritor. He cambiado de seudónimo para ver si este nuevo me trae mejor suerte.

R/ Desconocemos su seudónimo anterior y sus habilidades como escritor. Cuento bueno es el de sus amigos sobre sus condiciones.

 

Les envío varios poemas (son de una amiga, no míos), en los cuales, según me informó, expresaba todo lo que sentía hacia mí.

R/ Pues sí que su amiguita sentía bien poca cosa por usted.

 

Le incluyo este estudio sobre Ernesto “Che” Guevara, las guerrillas y su muerte.

R/ Si el Che no hubiera muerto, su ensayo lo hubiera matado. Siga ensayando.

 

Me dirijo a ustedes con el fin de darles a conocer “Es una despedida”. Es mi primer intento y de ustedes depende en gran parte que no sea el último.

R/ En realidad, lo que nos envía es una despedida definitiva.

 

Le pido el favor de evaluar mis escritos. No creo que tengan valor en cuanto a literatura se refiere.

R/ Tiene toda la razón en su propio juicio que hacemos nuestro.

Si no pasan el tamiz, soportaré la tristeza voluptuosa, tristeza de lo acerbo, tristeza de los casos perdidos en el tiempo, donde solloza el alma de los ideales muertos.

R/ Por el texto de la carta podrán los lectores juzgar la colaboración que nos envía.

 

A continuación, en la página siguiente, “A Pablo Neruda, poeta del pueblo”.

R/ Como gesto de admiración y tributo a Pablo Neruda, no se publica su oda.

 

Estoy enviándoles un pequeño trabajo. Si les parece bien, pues manos a la obra; y si les parece mal, pues manos y con él a la basura.

R/ La Dirección de Aseo Distrital nos ha pasado una atenta nota por el aumento de la basura en esta semana.

 

Quiero quitarles parte de su tiempo enviándole una composición, a la cual me atrevo a llamar poesía.

R/ Nosotros disentimos profundamente de su criterio.

 

Le remito esta sencilla creación poética para que tenga la gentileza de publicarla en el fortín de la cultura que usted en forma honorable dirige.

R/ El fortín resistió su ataque.

 

Estos tres ripios fueron cometidos para su publicación en La Patria, pero los intelectuales puros que allí operan los hallaron “faltos de seriedad y hondura”.

R/ Tenían toda la razón los amigos de La Patria. Sus ripios ni siquiera merecen lágrimas.

 

Es una obra que consta de cinco partes que he llamado capítulos; allí envío la primera parte de este poema.

R/ Por favor, no nos envíe las cuatro partes que faltan

ACERCA DEL AUTOR


Jaime Andrés Monsalve

Jefe musical de la Radio Nacional de Colombia. Autor de tres libros sobre tango y coautor de al menos doce más sobre jazz, rock, música clásica y otros géneros. Miembro del comité editorial de El Malpensante.