Historia con guantes

El pasado siempre tiene muchas lecturas posibles, y varios interesados en manosearlo. En Venezuela se viene reinterprentando la historia sin mucho tacto, lo que tiene implicaciones muy directas en la política y la vida cotidiana.

POR Daniel Gutiérrez Ardila

Enero 27 2021
Historia con guantes

Ilustración de Eva Vázquez.

Caracas, 2010. Un grupo de historiadores jóvenes con delantales blancos, guantes de látex y tapabocas realiza frente a mis ojos un minucioso inventario –folio a folio– de los archivos de Simón Bolívar y Francisco de Miranda. Se trata de un trámite ineludible antes de que las valiosas colecciones documentales que ha resguardado por años la Academia Nacional de la Historia sean transferidas por orden presidencial al Archivo General de la Nación. Tengo así la suerte de presenciar en vivo un episodio nada anodino de la larga y vibrante lucha por el pasado que se libra en Venezuela desde hace más de dos décadas.

Recuérdese que en 1999 el régimen chavista modificó el nombre de la República de Venezuela, estipulando por la vía constitucional que fuera además “bolivariana”. La marcha del país quedó así condicionada por la fidelidad a un personaje histórico, inevitablemente fabricado a la medida del régimen; y su actualidad, entrecortada de manera permanente por el pasado mitológico de la Independencia. Cito dos casos elocuentes de esta fricción cotidiana. En 2008 comenzó a circular el Correo del Orinoco, un periódico oficialista que cumple ya once años y retomó el nombre elegido dos siglos atrás por los independentistas en Angostura (actual Ciudad Bolívar) para lanzar su ofensiva propagandística. En 2012, Chávez buscó infructuosamente demostrar sus hipótesis sobre la muerte de Bolívar, que achacaba al general neogranadino Francisco de Paula Santander en su condición de instrumento de la oligarquía bogotana. La corrección de las causas del deceso resultó fallida, pero el presidente no desaprovechó la ocasión: tras estudiar los despojos sacros, un grupo de antropólogos forenses le confirió al gran hombre un nuevo rostro que se ha explotado hasta la saciedad y que aún hoy suele presidir las declaraciones que Nicolás Maduro hace desde su despacho.

Pero el chavismo no ha instrumentalizado impunemente el pasado de la república. Por el contrario, ha encontrado una resistencia –inesperada, quizás, por su vigor– en un número importante de historiadores profesionales. En la estructuración del debate público ha jugado un papel fundamental la Academia Nacional de la Historia. Ubicada en el Palacio de las Academias, antiguo convento de San Francisco, donde también funcionó la Universidad Central de Venezuela hasta 1953, la institución ha resistido los embates del dogmatismo histórico oficialista, a pesar del recorte del presupuesto, de la carencia generalizada de papel que aqueja al país y de la creación gubernamental, en 2007, de una institución rival, el Centro Nacional de la Historia.

Este contexto explica por qué, contrariamente a lo que sucede en Colombia, los historiadores en el país vecino tienen un papel social relevante. Para decirlo de manera breve, el discurso político está allí impregnado de historia. Y la Academia Nacional ha sabido responder al complicado desafío planteado por el régimen porque agrupa intelectuales prestantes y no viejitos de prosapias patrióticas, corbatín y catarro. En los sillones del antiguo convento franciscano alternan actualmente, entre otros, Germán Carrera Damas, Elías Pino Iturrieta y Edgardo Mondolfi Gudat, bajo la batuta de Carole Leal, directora actual de la Academia.

La precedió en el cargo, durante mucho tiempo, Inés Quintero, que ha accedido a conversar largamente conmigo acerca de su gestión. Inés se describe a sí misma como un puro producto venezolano, pues estudió el pregrado, la maestría y el doctorado en historia en la Universidad Central. Elías Pino Iturrieta, de hecho, fue quien dirigió su trabajo de licenciatura sobre el Partido Republicano Progresista, cara legal del Partido Comunista de Venezuela a partir de 1936. Quintero investigó luego el sistema caudillista, abordando, inicialmente, los tiempos de Cipriano Castro (al que dedicó su primer libro, El ocaso de una estirpe) y a continuación los de Antonio Guzmán Blanco en un volumen colectivo (Antonio Guzmán Blanco y su época). Su primera incursión en la historia de la Independencia fue de la mano de otro grande de la historiografía venezolana, Manuel Caballero, con quien realizó en 1983 un trabajo sobre la formación intelectual de Simón Bolívar. En 1995 escribió una biografía política de Antonio José de Sucre, y otra para su tesis doctoral, sobre un noble caraqueño, el marqués Francisco Rodríguez del Toro. Hay ya en este último libro un aroma provocador, pues el personaje, que llevó a cabo con éxito y habilidad de tránsfuga consumado el tránsito del régimen colonial al republicano, es en realidad un símbolo de los acomodamientos multitudinarios generados por el triunfo definitivo de la Revolución en un país profundamente realista.

Pero Inés Quintero es conocida sobre todo por su obra de divulgación histórica, que constituye una respuesta inteligente e irónica a las derivas del discurso oficialista. En La criolla principal, publicado en 2003, abordó la figura de María Antonia Bolívar, hermana del gran héroe nacional y acérrima militante del monarquismo. El libro tuvo un éxito arrollador, al vender más de 15.000 ejemplares, cifra que habla por sí sola del interés que suscitan los temas históricos en el país vecino. “Los héroes no tienen familia, andan solos por la vida”, dice Quintero al describir sutilmente el centro de gravedad del proyecto. Dicho de otro modo, la capacidad plástica y la nauseabunda instrumentalización política de los próceres dependen directamente de su desvinculación del contexto. Si usted le pone, a cada uno, amigos y enemigos, propiedades y deudas, pasiones y contradicciones; si al cascarón vacío del hombre a caballo y charreteras se le agregan, en suma, intereses y compromisos, el Olimpo marcial de la Independencia se transforma en tierra firme para el análisis histórico (o para la ficción inteligente). Alentada por el resultado de La criolla principal, Quintero retomó en 2011 la figura de María Antonia Bolívar para examinar su vida como republicana resignada: en El fabricante de peinetas aborda sus amores morganáticos con un pobre artesano caraqueño. “Parece superfluo”, apunta Quintero, “pero en realidad, la historia del amorío escandaloso y de los hijos ilegítimos de la hermana de Bolívar es una parábola del fin del mantuanaje”. Debajo, pues, del chisme y del caso personal aparente se oculta la revolución que desbarató las viejas estructuras sociales de la Capitanía General.

Las ediciones populares han sido, entonces, uno de los recursos empleados por los historiadores que se resisten a la chapucera reescritura del pasado emprendida por el chavismo. Y aunque esa veta parece condenada por la penuria económica, las dificultades también han avivado, por fortuna, la creatividad de los profesionales del pasado en Venezuela. La Academia Nacional, por ejemplo, ha forjado alianzas interinstitucionales que le permiten paliar la desfinanciación a la cual la ha sometido el Estado. Con la ayuda de bancos y fundaciones privadas, ha logrado sacar adelante iniciativas exitosas como el Premio Rafael María Baralt para jóvenes investigadores o como las Olimpíadas de Historia, que promueven el pensamiento crítico entre los estudiantes de secundaria. En última instancia se trata de eso: no de oponer al discurso oficial otro dogmatismo, sino de promover los espacios de interpretación y disenso.

“Pero, ¿cuál puede ser el papel de los historiadores en un país sin papel?”, le pregunto a Inés Quintero en una entrevista telefónica, años después de aquella visita a Caracas en 2010. Con un optimismo muy divertido, en el que campean el desparpajo y la ironía, me refiere su experiencia entre 2016 y 2018 en el programa radial No es cuento, es Historia, donde, en un formato de menos de dos minutos, contó decenas de historias que cogían a contrapelo a sus oyentes y que aún pueden escucharse en un canal de YouTube.

Al concluir nuestra larga conversación telefónica, no puedo dejar de pensar en el fuerte contraste que existe entre los historiadores del primer mundo, preocupados por la crisis de la disciplina, y la práctica cotidiana, combativa, desbordante de actualidad y de utilidad que nuestro quehacer tiene en países como Venezuela. La historia parece alegrarse cuando se la escribe con guantes de box.

ACERCA DEL AUTOR


Historiador. Especialista en el período independentista colombiano. Ha publicado tres libros sobre su tema de estudio, una historia de los bagres andinos y, en 2024, una obra sobre el proceso político y constituyente de La Regeneración. Docente e investigador de la Universidad Externado de Colombia.