Sembrar la duda

Una reflexión sobre la conexión espiritual de los pueblos nasa y misak con el agua y el tejido; una preocupación de los pueblos indígenas identificable en Sembrar la duda: indicios sobre las representaciones indígenas en Colombia, la nueva exposición del Museo de Arte Miguel Urrutia (MAMU) que se propone narrar una historia de Colombia que ha sido ocultada y apartada por muchos años de nuestra memoria y legado.

POR Andrés Hoyos

Octubre 04 2023
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La Señorita, movimiento No. 5, Julieth Morales (2019).

Dice la leyenda que el pueblo nasa viene del agua, en concreto de Agua, una habitante de la parte alta de las montañas, redonda y profunda, con cuerpo de laguna, que fue embarazada por uno de los brazos del sol. El sol, o Padre Estrella, intentó conquistarla durante un largo tiempo en el que ella lo rechazó constantemente. Cuando el amor fue cierto, Agua quedó en cinta y su destino fue parir a los hijos del mundo. Los llamaron nasa.

A las mujeres nasa que gestan la vida se les llena el útero de agua mientras dan a luz, y a sus hijos e hijas, una vez paridos, el agua les recorre el cuerpo mientras respiren en la Tierra. Por eso, cualquier nasa es ‘yu’ luuçx, “hijo del agua”. Cada uno está enlazado desde su nacimiento con la montaña a través de la siembra de su cordón umbilical y a través del chumbe, una faja colorida que las madres tejen para llevar a sus hijos a su espalda, para que el niño o niña crezca con las historias que su mamá le cuenta en el tejido. El chumbe es legado de Uma, la mujer que teje la vida; ella tomó prestados los colores del arcoíris para crearlo, por eso cada chumbe contiene historias y los colores del cielo cuando la luz atraviesa las gotas de agua. Las mujeres nasa son entonces una legión de tejedoras, protectoras del agua.

Por su parte, para los misak, quienes junto a los nasa son los antiguos pobladores del Cauca, primero estaban las lagunas porque lo más antiguo es el agua, como una matriz, como un corazón. En las alturas estaba el agua y desde arriba tomó cauce. Cayendo desde las montañas provocó un gran derrumbe, era el espíritu Pishimisak, también conocido como Ñi o Mama Chuminka, una mujer buena y sabia que buscó a tata Ciru Kallim para cultivar la tierra. Ese fue el momento en el que se formó Patakalu, la gran nube que hace los aguaceros. De ella cayeron todos los granos para sembrar los alimentos de papa, ulluco, maíz, arracacha, plátano, ají, uchuva, mauja, alegría, y verdolaga.

En ese momento la tierra empezó a bramar y del derrumbe se vio salir a una niñita llorando, envuelta en un chumbe. Cuando los moropik, los sabios de lo propio, vieron bajar la niña con un tampal kuari, un sombrero, esperaron y la sacaron. Por ella supieron que cada laguna es hembra y que de cada derrumbe nace una niña. De los ríos bajan los niños que se convierten en hombres. Es el origen del pueblo misak, hijos del agua o piurek en namtrik, la lengua que los dioses les dieron.

Una vez poblado el mundo, Pishimisak volvió al páramo y retornó a su forma natural, una planta con una raíz que se enreda y se conecta con la tierra, como la vida y como el tejido. Ese legado fue aprendido por la niña que emergió del derrumbe. Con ella venía la puchicanga, el huso para que la mujer teja memoria. En el bolso, dicen, se urde el pensamiento indígena, en la ruana y el anaco el territorio, en la pandereta la cosmovisión y en la jigra el útero.

Por eso es que para los antiguos hijos del agua, y para los pueblos indígenas por extensión, cada telar, cada tejido, todas las prendas y sus hilos están hechos con los sueños de los dioses. Sus textiles son guardianes de la memoria, narran batallas épicas, susurran la voz del jaguar, los secretos de la hoja de coca y las rutas antiquísimas del agua en el cauce de los ríos, las nubes y las lagunas. Todas esas historias se crean en la privacidad del fogón, con las manos de las mujeres y su pensamiento en cada lana, y su sabiduría en cada color. La memoria de los pueblos indígenas habita en las mujeres y ese pensamiento toma cuerpo y forma en cada tejido. Una mochila, una mola, una jigra o el chumbe, todos son portadores de una verdad y musitan palabras atávicas en lenguas antiguas que cantaron sus creadoras.

Y así como el agua teje estos pueblos, a los misak y a los nasa, esta forma táctil de la memoria es la que se urde en el arte indígena de las últimas décadas. Obras recientes como Taaw (Chumbe), de Jesús Eduardo Correa Nache, en la que se borda el verdor de la selva con hilos rojos que atraviesan el haz de las hojas, o La Señorita, movimiento No. 5, de Julieth Morales, un desnudo serigrafiado sobre un rebozo misak, dan cuenta de este interés por volver plástico el tejido, explorar otras materialidades, revisitar los orígenes de estas historias primigenias, experimentar a partir de ellas.

 

Taaw (Chumbe), Jesús Eduardo Correa Nache (2014).

 

Ambas obras, la de Jesús y la de Julieth, se suman a una urdimbre extensa de piezas que hilan eso que podemos llamar arte indígena, una categoría que no ha sido lo suficientemente explorada en museos, galerías o publicaciones sobre arte en Colombia. De allí surge Sembrar la duda: indicios sobre las representaciones indígenas en Colombia, una exposición que pronto presentará el Banco de la República a partir de su Colección de Arte, su Biblioteca Luis Ángel Arango y su Museo del Oro. Será un grupo de más de 850 piezas seleccionadas que establecen un diálogo con el pensamiento de las comunidades indígenas a lo largo de la historia de nuestro país, tanto en el pasado como en la actualidad, y que plantean más preguntas que respuestas sobre las formas de representación del mundo indígena en el arte de nuestro país.

La curaduría  se divide en seis indicios: “Identidades”, “Archipiélago del Macizo”, “La imagen fotosensible”, “Naturaleza sagrada”, “Arte/sanía/diseño” y “Anacronías”. A través de estos indicios se recorre un amplio período temporal, que va desde la creación prehispánica hasta la producción artística moderna y contemporánea, pasando por el arte colonial y las representaciones científicas del siglo XIX. Estará el tejido, claro, pero también el dibujo y la impronta de pintores indígenas que han hallado desde el expresionismo y el arte abstracto una manera de materializar los sueños de los dioses, de tejer el agua que los habita.

 

 

 

ACERCA DEL AUTOR


Andrés Hoyos

Escritor, columnista y fundador de la revista El Malpensante. Es autor de Conviene a los felices permanecer en casa, Vera y Los hijos de la fiesta, entre otros libros. A finales de 2022, el sello editorial Seix Barral publicó La tía Lola, su más reciente novela.