Telarañas de la metamorfosis
Ya sea por un capricho de los dioses, por decisión propia o por azar, las transformaciones se han tejido a lo largo de la historia para castigar, premiar o conjurar el deseo de ser algo más. En esta reflexión se van hilando los mitos grecolatinos, el folclor nórdico y maya, los cómics y las posturas políticas de un filósofo español otrora identificada como mujer. El resultado es una telaraña urdida con los límites porosos del yo y del otro.
POR Lina Céspedes

Wikimedia Commons.
Gregorio se transformó en insecto gigante.
Yo no: me hice arácnido,
tan leve que una leve brisa le hace
oscilar en su hilo de baba lisa.
António Franco Alexandre - Aracne
Un mito
Una muchacha tuvo a bien retar a una diosa para ver quién tejía mejor. Lo hizo sin pensar mucho, solo con la idea de refutar a los que decían que su habilidad era un regalo divino y no algo que ella hubiera logrado con bastante disciplina. El dilema fue que sus palabras hicieron fruncir el ceño de la mentada diosa. Esas deidades griegas y romanas eran bien vanidosas y vengativas. Entonces, como era de esperarse, la diosa voló rápidamente a hacer presencia en el taller de la joven. Con apariencia de vieja se dispuso a aconsejarla. Es materia de disputa si de verdad la diosa quería darle una oportunidad a la muchacha, pues ya se sabe con qué indiferencia o desprecio la juventud escucha las recomendaciones de la experiencia. Mientras la supuesta mujer decrépita insistía en que lo cuerdo era compararse con los mortales, la terca tejedora reiteraba su disposición para la competencia y se atrevía a insinuar que si la diosa no había hecho presencia sería por algo.
Palabras necias. De inmediato, la anciana se transformó en una atractiva mujer equipada con un yelmo y una pechera con la imagen de Medusa. Atenea sorprendió a la muchacha, así que ya no quedaba más que ponerse manos a la obra para ver quién ganaba la contienda. Mientras la diosa griega tejía con perfección las historias magníficas de los dioses, Aracne decidió convertir su tapiz en una denuncia y lo pobló con los famosos engaños y abusos sexuales de ciertas deidades. Así, en el telar de la joven emergieron divinidades transformadas en cisnes, toros, novillos y carneros que timaron a muchachas como ella. Hubo una breve discusión entre la del yelmo y Aracne. No había diferencia en la técnica, pero sí en el contenido. La diosa se enfureció y la muchacha cayó en la cuenta de su tontería. Su contrincante era juez y parte. Con algo de dramatismo, Aracne intentó quitarse la vida enredando alrededor de su cuello sus tejidos. Atenea lo impidió y, para no dejarla salir impune tras semejante ofensa, la convirtió en araña.
Aracne cuelga eternamente de su propio hilo sin perder la vida.
La araña se balancea y se interpone entre mi cara y su reflejo en el espejo. Padezco de aracnofobia. Tengo el secador de pelo en mi mano derecha y pienso por unos instantes en fulminarla con un chorro de aire hirviendo. Una segunda metamorfosis para ti, Aracne. Ahora serás una bola inerte con las patas replegadas. Me arrepiento y la dejo seguir bajando. Tengo un animal divino tejiendo un mundo en mi baño. No veré a dioses copulando con mujeres en forma de animales, sino a sus extrañas cuadrículas esperando por una polilla.
La mitología te ha salvado la vida y te ha dado otro día para ampliar tu telaraña. Ya veremos qué tan magnánima me siento mañana. Si no fuera por Ovidio, quizá habría matado muchas arañas en el transcurso de mi vida. Su narración del mito de Aracne ha sido su mejor defensa contra mi zapato, escoba o secador de pelo justiciero. Cada arácnido es Aracne, araña de Atenea, el símbolo de ocho patas que resume la tensión entre su furia y su retorcida clemencia. Igual que el tigre de Borges, las arañas que se han atravesado en mi camino son la mítica joven tejedora. Mientras Borges ve en el felino de aquella mañana en Palermo a todos los tigres, el “de Oriente y el tigre de Blake y de Hugo y de Sere Khan”, yo veo en todas las arañas a Aracne. Esto evita el crimen.
Una obra
Una de las mejores fuentes del mito de Aracne proviene de la obra del destacado poeta romano Ovidio, que vivió entre el siglo I a.C. y I d.C. Su largo poema, titulado Metamorfosis, relata una cosmogonía basada en mitos de transformaciones que terminan por poblar el mundo de dioses, animales, objetos, piedras, ríos y fuentes. En su conjunto de hexámetros las deidades premian, castigan o salvan a través de las mutaciones que imponen a su alrededor. Igualmente, dioses y diosas cambian de apariencia para conseguir sus objetivos. Así, organizan el universo, ventilan sus disputas y envidias, y dan rienda suelta a sus infidelidades y obsesiones románticas y sexuales. De alguna manera, este libro se puede leer como una teodicea de las múltiples divinidades que habitaron los templos y la cotidianidad del Imperio romano antes de que se impusiera el monoteísmo. Esta aproximación permite vislumbrar cuán necesitados estaban los dioses de contacto humano y la importancia de esta interacción para justificar su existencia. Para qué se precisa un dios si este no influye en nuestra existencia.
"Las metamorfosis son la manera de unir el cielo, la tierra o el mar con lo divino, aunque esta conexión se establezca por medio del escarmiento"
Las primeras líneas de Ovidio prometen al lector el relato de las transformaciones de los cuerpos por obra y gracia de la injerencia divina, la mayoría de las veces algo resentida u oportunista. Para lograr su objetivo, el autor invoca a los dioses, lo que no deja de ser una gran insolencia, pues de su obra no van a salir muy bien parados. Aunque, pensándolo mejor, cada metamorfosis es la prueba del poder de su imaginación, y quizá por ello merezcan llamarse divinos. Ahí está la doncella Io, a quien Júpiter convirtió en ternera tras tener relaciones no consentidas con ella, con el fin de esconder su infidelidad de su esposa Juno. Qué decir de Dafne, transformada en laurel por su padre, el río divino Peneo, para salvarla de la persecución de un Apolo obsesionado. No se queda atrás el destino de los cien ojos de Argos Panoptes que, tras su muerte por cuenta de Mercurio mientras ejecutaba el en- cargo de Juno de vigilar a la ternera Io, pasaron a adornar la cola de un ave: el pavo real.
El trabajo de Ovidio hace parte de una tradición literaria y científica que veía en las transformaciones no solo ficción sino también una explicación de la vida natural y social. De acuerdo con la introducción escrita por Consuelo Álvarez y Rosa María Iglesias para la edición de 2003 de Cátedra, Metamorfosis hunde sus raíces en relatos de mutaciones que vienen desde Homero y tienen un lugar particular en la época alejandrina. En estos se analizaban o describían los mitos con propósitos poéticos, históricos o científicos. Así, la obra de Ovidio puede ser considerada un gran exponente de dicho género.
Incluso, hay quienes indican que esta obra de Ovidio tuvo como propósito criticar las reformas de Augusto, primer emperador romano, en materia de matrimonio y adulterio. Como anota Eva Cantarella en su contribución “Women and Patriarchy in Roman Law” para el Oxford Handbook on Roman Law and Society, tras siglos de guerras de expansión del Imperio que implicaron la ausencia o muerte de padres, esposos y hermanos, las mujeres romanas fueron ganando independencia en la familia y en el mundo de los contratos. Estos cambios generaron repudio entre muchos varones romanos, lo que desembocó en la aprobación de la regulación que convirtió el adulterio de las mujeres en un crimen que debía ser procesado por el Estado. Para Augusto, el comportamiento de las mujeres ya no era una provincia exclusiva del padre de familia, sino una cuestión de orden público. No obstante, la efectividad de estas medidas fue pobre. Cantarella cuenta cómo las mujeres se comenzaron a registrar como prostitutas, por cuanto estas no estaban obligadas a cumplir con dichos preceptos por razones obvias.
Ioannis Ziogas analiza en su artículo “Orpheus and the Law: The Story of Myrrha in Ovid’s Metamorphoses” cómo la versión del mito de Mirra incluida en Metamorfosis se puede leer a la manera de una apología del deseo sexual que desborda las fronteras del matrimonio y se enreda en los lazos familiares. La voz que da forma al relato es la de Orfeo, quien lo plaga de ironías y mensajes contradictorios. En particular, el dios insta a que el público no crea su relato. A renglón seguido, sentencia que si se confía en los hechos, se debe creer en el castigo, lo que mina el poder supuestamente moralizador del mito. La historia se desarrolla alrededor del amor no filial de Mirra hacia su padre, Cíniras. Por medio del engaño, la hija logra colarse en su lecho. La borrachera del hombre y la oscuridad la protegen, hasta que el padre enciende una luz y deja el horror al descubierto. Orfeo cuenta que Mirra logró escapar de la espada vengadora de Cíniras y, tras pedir clemencia a los dioses, fue convertida en árbol. El hecho de que sus raíces y su tronco la ataran a la tierra no le impidió dar a luz al producto del incesto: Adonis, el despampanante joven que sedujo a Venus.
También se ha dicho que Ovidio utilizó Metamorfosis como una forma de reflexionar sobre la reducción de las libertades poéticas en la Roma de Augusto. Patricia J. Johnson, en su libro Ovid Before Exile - Art and Punishment in the Metamorphoses, ofrece esta lectura y anota que otros autores han leído Metamorfosis como una crítica al poder tiránico del Emperador. Esta aproximación se basa en la ligereza con que el poema de Ovidio trata el origen de Roma y el descarnado y poco halagador retrato que ofrece de los dioses. Porque si algo queda claro después de leer este libro es que Júpiter, Atenea, Venus y demás son un grupo de temperamentales seres dotados de poderes exorbitantes que condenan y premian, engañan y pelean en desmedro de las vidas de los mortales. Por esta razón, Johnson llega a proponer que Metamorfosis es, además, la profecía de Ovidio sobre su exilio. Poco se sabe a ciencia cierta de las razones de Augusto para tomar esa decisión. Ovidio lo atribuyó a que sus enemigos dirigieron la mirada del emperador a los poemas más licenciosos de su Ars Amatoria. Más allá de las especulaciones, lo cierto es que su colección de mitos de transformación también puede ser entendida como la expresión de su preocupación ante un régi-men con pretensiones de omnipresencia en la vida cotidiana que veía en las libertades de los individuos el principio de su ruina. O quizá, su obra no fuera más que una urgente reclamación de lo que hay de divino en lo humano para salvarlo de la furia del déspota.
Otras metamorfosis
El universo grecolatino de Ovidio no es el único definido por las transformaciones. Las explicaciones míticas de distintos pueblos recurren a la metamorfosis para ilustrar la presencia de la divinidad en el mundo y estructurar las coordenadas del orden que se enfrenta al caos. Como lo indica Mircea Eliade en su libro Lo sagrado y lo profano, el mito permite que el poder creador de los dioses se haga evidente en el espacio y el tiempo que habitan los seres humanos y los dote de sacralidad. Así, el individuo y su comunidad participan de lo divino. ¿Qué mejor manera de transmitir la presencia de las deidades en la vida que con las metamorfosis? A través de la narración del tránsito querido por un dios, de una forma a otra lo sagrado se funde con el paisaje y la experiencia. La temida araña que se descuelga del techo ya no es simplemente un animal, sino el símbolo de una historia sobrehumana.
Puede que esas gaviotas de St Ives, Cornwall, en el Reino Unido, que se han vuelto famosas por robarles a turistas y locales sánduches, helados y gafas, no sean más que las hambrientas compañeras de una de las hijas de Louhi, la poderosa bruja de la mitología finlandesa. La historia y el destino de esta hija es narrada en el poema 38 del Kalevala, la reunión de poemas épicos finlandeses que en el siglo XIX Elías Lönnrot recuperó de la tradición oral y convirtió en una pieza de literatura fundacional de Finlandia. Allí se cuenta que Ilmarinen, el dios herrero que transforma la materia en objetos y da forma al universo, sale en busca de una mujer que sea su esposa después de haber enviudado. Para ello se encamina a Pohjola, con el fin de desposar a la hermanadeladifunta.Tras fallar en el intento de convencerla, el dios decide llevársela a la fuerza en su trineo. En una parada del viaje, mientras él duerme, la joven se acuesta con otro hombre. Al despertar, Ilmarinen sabe qué ha sucedido y se dispone a tomar la espada para acabar con la vida de quien él considera que lo ha traicionado. Sin embargo, como la espada le habla para decirle que no ha sido creada para ultimar mujeres, el dios decide cantar para convertirla en gaviota. Puede que, ante la resistencia de su arma, la deidad frustrada escogiera el expediente más rápido. La mitología nos muestra con qué frecuencia y facilidad las divinidades empluman a los humanos. Similares fortunas les ueron impuestas a personajes grecolatinos como Filomela, Procne, Dedalión y Tereo.
Las metamorfosis son la manera de unir el cielo, la tierra o el mar con lo divino, aunque esta conexión se establezca por medio del escarmiento. El castigo inmortalizará a Hun Batz y Hun Chouén en el Popol Vuh, el libro que muchos consideran la compilación de los relatos míticos precolombinos del pueblo maya-quiché. Estos dos hermanos, reconocidos en este libro sagrado por su sabiduría y talento para la música, la pintura y la talla, terminaron convertidos en monos y sacralizados como los patronos de las artes. La sanción por su conducta no solo fue mutar a la forma animal, sino habitar en los árboles. Su padre era Hun Hunahpú, el que visitó el inframundo y fue vencido por los dioses de aquel lugar. Ya muerto Hun Hunahpú, su calavera escupió en la mano de una muchacha llamada Ixquic y de allí nacieron Hunahpú e Ixbalanqué, los dioses gemelos que tanta envidia causaban a sus hermanastros artistas, Hun Batz y Hun Chouén. Las tensiones se resolvieron cuando a los dioses gemelos los embaucaron para que treparan por un tronco para ir tras unos pájaros. Una vez allí arriba los transformaron y les fijaron su morada en las alturas.
Metamorfosis continuadas
Ante la complejidad de la experiencia humana, la dificultad de mantener cohesionado el yo y la necesidad de criticar las injusticias, los seres humanos recurren a las metamorfosis. En este contexto, la presencia divina adquiere un papel secundario y lo propiamente humano colma la narrativa. Una de las transformaciones más célebres en esta línea es la de un personaje llamado Lucio en El asno de oro del romano Apuleyo. Ya sea como expiación por querer hacerse a los secretos de la magia sin haberse preparado para ello o como estrategia para conocer de cerca las bondades y debilidades de sus con- géneres, Lucio termina convertido en un burro que pasa de mano en mano y padece la crueldad de hombres y mujeres. Escrito en el siglo II d.C., este libro ha sido considerado una especie de novela de aventuras con rasgos de picaresca. Sea lo que sea, expertos como José María Royo, en su prólogo a la edición de 2022 de Cátedra, destacan cómo la metamorfosis de Lucio permite que el autor critique la descomposición social y política que se vivía detrás del velo de la pax romana.
Proceso inverso le acontece a Denis, el lobo civilizado y fascinado por los automóviles de Boris Vian que, después de ser mordido por el Mago del Siam, se convierte en humano. Su breve paso por París le muestra la misma condición humana que viera el asno Lucio. Víctima de un intento de robo por parte de la mujer con la que se acuesta y de una gresca con sus pimps, que vienen a demandar el pago, Denis, quien también es el protagonista de “Lobo hombre en París”, la archifamosa canción de la banda española La Unión, termina siendo el vehículo para la denuncia social. Quizá Gregor Samsa sea el personaje por excelencia en el que se une esta última con una reflexión existencial. Mucho se ha discutido sobre en qué bicho se convirtió el personaje de Kafka. Escarabajo o cucaracha o lo que sea, lo fundamental es lo que nos dice el escritor: era monstruoso. El hijo, hermano y empleado sacrificado un día como cualquiera no pudo salir de su cuarto para ir a trabajar porque su cuerpo se había sublevado. La continua negación de sus necesidades, la sumisión frente al jefe y al padre, y la obediencia al mandato burgués de veneración al trabajo y a la familia terminan sumiéndolo en una forma que ni siquiera es animal sino más bien aberrante. Kakfa parece estar hablando de los tenues y débiles límites de lo que nos hace humanos.
Las transformaciones en ciertos cuentos de hadas, como “La bella y la bestia” o “El rey sapo”, han sido interpretadas como metamorfosis que simbolizan y ayudan a superar la repulsión sexual que acompaña el tránsito de la pubertad a la vida adulta o como expresiones culturales que resumen las estrategias que los humanos despliegan para encontrar pareja. El libro de Bruno Bettelheim, Psicoanálisis de los cuentos de hadas, ha sido el mayor exponente de esta primera aproximación. Por su parte, Jack Zipes, experto en cuentos de hadas, es partidario de la segunda lectura. En su artículo “What Makes a Repulsive Frog so Appealing: Memetics and Fairy Tales”, publicado en 2008 en el Journal of Folklore Research, Zipes plantea que “El rey sapo” es un cuento que funciona como un meme, es decir, como una representación que resuena en nuestro cerebro porque resume una característica o comportamiento histórico o biológicamente significativo. En fin, ya sea que los cuentos de hadas funcionen como estrategias para sobrellevar la ansiedad respecto del sexo o como un sumario de tácticas para encontrar pareja y dejar descendencia, es importante recalcar que la transformación del sapo en rey en la versión de los hermanos Grimm ocurre tras el golpe que le da la princesa cuando lo estrella impaciente contra una pared. Nada de besos mágicos y gentiles transformaciones. Todo lo contrario, la versión original subraya que la desesperación y la violencia son las causas del tránsito.
Metamorfosis por mano propia
Un ser humano decide administrarse testosterona para hacer de su cuerpo un manifiesto, un experimento, una narración que haga explotar el binario masculino/femenino. No cambia su nombre de inmediato. Prefiere esperar varios años. Tampoco se encauza en un proceso de transición vigilado o avalado por los médicos. En 2014, se nombra Paul y mantiene la B. de la persona anterior. Una ficción sobre otra ficción, al fin y al cabo. Ahora se llama Paul B. Preciado. Muchos tene- mos en nuestras bibliotecas los libros de la otra, de Beatriz, que también es él, ahora, en este justo instante. Transformarse no implica una discontinuidad, sino un fluir. Preciado es filósofo y ha hecho de su cuerpo su tractatus. En su libro Testo yonqui. Sexo, drogas y biopolítica, el autor que se trasmuta combina autobiografía con reflexiones académicas. Preciado no es hombre, tampoco es mujer, afirma que es un ser que ha sido mediado por un sistema que moldea los cuerpos a través de los fármacos y la pornografía. Así, el filósofo nos muestra qué tan alejados estamos del mundo natural y cómo en nuestros organismos las imágenes del sexo y el deseo se combinan con las hormonas de la píldora y la testosterona para darnos forma.
En noviembre de 2019, Paul se presentó en las jornadas del École de la cause freudienne para hablar de su experiencia como hombre trans frente a un inmenso grupo de psicoanalistas. Allá llegó a contar la historia de su metamorfosis en un contexto en el que su simple vivencia es considerada una en- fermedad. En su discurso habló de Pedro el Rojo, el simio de Kafka que, en su cuento “Informe para la academia”, relata cómo transitó a humano. De esta manera, Preciado reivindicó la metamorfosis no como una forma de ser libre, sino como un expediente para criticar la manera en que se han definido las coordenadas de una persona de acuerdo con una ordenación sexual artificiosa y estática. A la manera de Pedro el Rojo, Preciado rechaza una jaula para entrar en otra, aunque esta última solo sea mejor por ser elegida. El simio decide ser un humano para no morir en un zoológico y entra voluntariamente en el otro molde. Paul B. se quita las vestiduras de mujer y se ciñe el disfraz de lo masculino.
Tal como lo indica desde el título, Paul B. Preciado se posicionó ante su auditorio como el monstruo: el ser incomprensible para la matriz de conocimiento de los espectadores. De ahí el nombre con el que se conoce su charla: Yo soy el monstruo que os habla. Informe para una academia de psicoanalistas. Tal como lo describe, su objetivo ha sido fugarse de la red de la diferencia sexual y tejer otra en la que sean posibles diversas formas de ser y de relacionarse. Con paciencia, a punta de escritura y testosterona, Preciado ha tejido esa otra red, como una Aracne amotinada que escapa del designio de dioses y humanos de replicar eternamente el mismo universo.
Metamorfosis pop
Mucho tiempo después de Ovidio llegaron los dibujos animados y las series de televisión. El autor romano es un gusto adquirido, una referencia erudita a la que unos cuantos se acercan, algunos por obligación, otros por auténtico interés. Varios de estos osados quedan rezagados en el camino. Dejan tras de sí un libro olvidado en algún rincón de la casa que evade con terquedad desde su escondite el destino del reciclaje. Por el contrario, El hombre araña, Los gemelos fantásticos y Manimal son solo tres de las incontables referencias esenciales de la cultura popular en la que crecimos. Puede que no conozcamos con detalle cada una de sus historias, que ni siquiera sepamos de su existencia, pero el mundo del entretenimiento que nos da cobijo bajo su spotlight ha construido su propia mitología poblada de metamorfosis.
Un joven trepa por las paredes con la agilidad de una araña. Dos gemelos tocan sus puños y se transforman en distintos animales y cuerpos líquidos. Un tipo guapo desarrolla a su antojo las garras y el pelamen de una pantera. La lucha contra el mal y el crimen es la principal obsesión de estos superhéroes que usan sus disfraces y poderes para darles su merecido a los maleantes. No los mueve precisamente la urgencia de reivindicar un tipo particular de deseo o de amor, o de poblar un universo con los cuerpos surgidos de su imaginación, sino la necesidad de imponer sus nociones de justicia. Los une el optimismo y la confianza en su capacidad de cambiar sus mundos por medio de las acciones que les habilitan sus transformaciones. Son seres modernos, extraterrestres o tercamente humanos, nada divinos, menos monstruosos.
Transformaciones de las metamorfosis. Aracne ha llegado hasta nosotros para ser vengada. No solo ha escapado a la furia de mi secador de pelo, sino que en el universo de los cómics ha encontrado su sino de diosa. Con su veneno dota de superpoderes a un bachiller huérfano y nerdo. Este joven araña no tejerá en su tela los desmanes de los dioses, sino que castigará las repeticiones y distorsiones de sus nefastas hazañas.
Las metamorfosis pop atestiguan su persistencia. Nos acompañan como un tropo que nos permite trazar conexiones entre lo humano, la naturaleza y la divinidad. Así mismo son uno de nuestros expedientes para criticar el poder, las bajas pasiones humanas, las intenciones desviadas y las injusticias sociales. Los relatos que las sustentan nos explican lo que se nos dificulta entender y dibujan las fronteras de lo aceptable y lo inaudito. Son rebeliones y revelaciones. Sus historias perviven y se mimetizan con los tiempos para dar sentido a la incansable lucha entre voluntad y destino.
Mucho tiempo después de Ovidio llegaron los dibujos ani- mados y las series de televisión. El autor romano es un gusto adquirido, una referencia erudita a la que unos cuantos se acercan, algunos por obligación, otros por auténtico interés. Varios de estos osados quedan re- zagados en el camino. Dejan tras de sí un libro olvidado en algún rincón de la casa que evade con terquedad desde su escondite el destino del reciclaje. Por el con- trario, El hombre araña, Los geme- los fantásticos y Manimal son solo tres de las incontables referencias esenciales de la cultura popular en la que crecimos. Puede que no conozcamos con detalle cada una de sus historias, que ni siquiera sepamos de su existencia, pero el mundo del entretenimiento que nos da cobijo bajo su spotlight ha construido su propia mitología poblada de metamorfosis.
ACERCA DEL AUTOR

Doctora en derecho de la Universidad de Temple, Filadelfia. Fue becaria Fulbright y residential fellow del Institute for Global Law and Policy de la Universidad de Harvard.