Un rebelde por deber: La lírica de la bofetada
Son pocos los poetas capaces de equilibrar en su trabajo la emoción lírica y el pensamiento agudo. La obra de Juan Gustavo Cobo Borda fue una de esas raras avis en la poesía colombiana. A propósito de su reciente partida, dos viejos amigos suyos lo despiden recordando su honestidad cortopunzante y el laberíntico jardín de su lucidez y erudición.
POR Darío Jaramillo Agudelo

Juan Gustavo Cobo Borda (1948-2022) nació y murió en Bogotá. En cuanto a sus libros de poesía manifestó que “siempre he dicho que escribo (y publico) el mismo libro de poemas, cambiándole el título, y es cierto”. Publicó siempre sus obras completas –“la totalidad de su trabajo poético” es la fórmula que utiliza en la edición de 1983 titulada Todos los poetas son santos e irán al cielo– añadiendo poemas recientes y eliminando los que no le satisfacían, estos últimos siempre en mayor cantidad que los incluidos que, a su vez, eran sometidos a correcciones, supresiones y cambios en cada sucesiva edición. Desde su primer libro, la imagen del palimpsesto –donde los textos se escriben, se reescriben, se superponen, se borran– parece guiar su quehacer poético.
A pesar de lo que se ha dicho sobre el humor y la ironía en la obra poética de Cobo, no hay en la poesía colombiana una descripción menos irónica, más desgarradoramente literal que esta: somos un país sin pasado, “cuya única tradición son los errores”. Padecemos la fealdad de la pobreza, somos violentos, estamos hechos de pequeños rencores, “caspa y babas, mugre y parsimonia”, para decirlo con sus palabras, que no dan muchas vueltas. Lírica de la bofetada, poeta sin complacencias. ¿Ironías? No, apenas un ajuste de todo: la exactitud que sigue siendo el único deber del poeta. La exactitud sin grandilocuencia, sin patetismo, sin predicación. Una poesía que no divide el asunto en buenos y malos; todos estamos en el baile y el baile es
Una historia medrosa que aún subsiste,
y contra la cual yo también me debato.
Te engañó cruelmente negándote la única verdad:
el poder es siempre infame.
¿Por qué te digo estas cosas?
Tengo miedo de que cualquier día
algún antiguo abuelo de bigotes negros
me interrogue desde el cielo diciéndome:
¿quién pagará la deuda, ese saldo que crece?
(“Retrato de mi abuelo”)
“Se ha dicho que mis poemas son irónicos –escribe Cobo–. Recuerdo lo que en 1980 me escribía Rafael Gutiérrez Girardot: ‘Solo desde una actitud conservadora es posible el sarcasmo, la burla, el humor’. Muecas quizás para disimular el desamparo de mis poemas que, ahora lo siento, no son más que un largo catálogo de actos de gratitud, de súplica e imprecación”.
Cobo es descarnado, directo: “el poeta escarba entre basuras”. Cuando los poemas de Cobo hablan de su realidad circundante, de su amada Bogotá, de su amada Colombia, las palabras tienen la facultad de zaherir, abriéndonos las entrañas al horror, un horror diurno, diáfano, enfrentando al lector consigo mismo sin ninguna complacencia, invitándolo a una ética que no postula más que la ironía –falsa– de sus títulos: Consejos para sobrevivir. Justo tono declaratorio –he aquí su más auténtico lirismo–, elude todo gesto patético, toda definición previa. “Esa moderación, en oposición al gusto frecuente por los excesos, debe tomarse como muestra del pundonor de su escritura. Lejos del énfasis, del patetismo, de la mera sonoridad. Con la insistencia en la duda sobre la validez de la poesía [...]. De modo que, a un costado del desengaño y del escepticismo naturales a la melancolía de inteligencia, no deja asomar lo vivaz espontáneo como fuente de exaltación poética. Que tampoco se deja invadir del mundo exterior: la mirada de su poesía lo interioriza. Y hasta lo envuelve en un juicio desgarrado”, dijo alguna vez Fernando Charry Lara sobre la poesía de Cobo.
Se diría que esta atónita, esta insobornada descripción, este parpadeo de quien descarta la pesadilla que aparece con el sueño y palabra por palabra dicta la pesadilla de la vigilia –poeta que limpia la casa– es el viacrucis de la poesía, la iniciación, el éxtasis pagado con dolor. Una inteligencia que padece, una sensibilidad que percibe y codifica. Alucinación de flagelante, purificación en la intolerancia, en la no-complacencia, que eran las cualidades que Antonio Machado le pedía a todo poeta:
El poema,
por sinuosos senderos,
se inmoviliza en su estrella
pero la poesía solo pretende ir
al encuentro de lo que es.
No nos deja mentir.
El desastre está ahí.
Nos precipitamos sobre él.
(“Diálogo con Carlos Martínez Rivas”).
Con razón Álvaro Mutis lo ha dicho: “Algo tenían los poemas de Cobo Borda que me hizo volver a ellos al poco tiempo. Su visión era feroz. Allí estábamos los colombianos con todos nuestros lastimosos sueños, nuestras usuales mentiras, nuestro énfasis vanidoso y vacuo, nuestro pequeño sentimentalismo de portera elevado a lirismo enrarecido y nuestro machismo penoso convertido en ‘heroica gesta libertaria’. No pude desprenderme de esas páginas durante muchos días”.
Fiel a un espíritu de la época, en Cobo pueden hallarse poemas sobre poetas, interlocutores librescos que van encarnándose, sirviendo de pretexto, de punto de partida. Sin embargo, en nadie es más imprescindible ese aparato de referencias para llegar a la conmovedora explicitud del poema: “La poesía de J. G. Cobo Borda prescinde de libros, acumulación de ideas, escuelas o modas poéticas, y acude –dotado de todo este bagaje que desecha una vez asimilado– a la más estricta esencialidad de las cosas, la que la intuición percibe, el sentido común corrobora y la sabiduría confirma. Esa esencialidad [...] lo capacita para realizar penetrantes percepciones en el terreno de la actividad poética [...]”, dijo Mario Lucarda.
La única redención es el amor, el “furioso amor”, como lo llama en su poemario, titulado de igual forma, de 1997:
El amor es totalitario:
fuera de nuestro abrazo
no existe salvación.
(“Decálogo”)
De hecho, la vena erótica fue una constante en Cobo desde su primer libro:
ORACIÓN
Tu piel
la sabiduría de tu piel
recóndita frescura
la enfermedad de tu piel
antídoto
resurrección húmeda
las palabras de tu piel
ronca grave y oscura
el territorio de tu piel
desconocida
tu piel esbelta
estricta piel
las cicatrices
y el llanto de tu piel
caoba
la más secreta piel
el espejismo de tu piel
desvelada tortura
la piedad generosa
de tu piel
sensible
los nervios de tu piel
hasta decir no más
hasta llenar el cuarto
invadir la ciudad
cubrir todo cuanto
miro
veo
toco.
Duro e intransigente con su entorno y con su historia, intensamente lascivo, gozosamente glotón –“lo que comí me nutre desde el olvido” –, está también la contradicción lúcidamente repetida a lo largo de su obra, entre sarcasmo y ternura o, con palabras del propio poeta: “¿Cómo conciliar entonces fervor y malicia, ese entusiasmo sostenido y la desazón que nos vuelve mudos?”.
ACERCA DEL AUTOR

Poeta, novelista y ensayista. Se desempeñó como subgerente cultural del Banco de la República, dirigió el Boletín Cultural y Bibliográfico y es miembro de los consejos de redacción de la revista Golpe de Dados. Invitado Festival Malpensante en el 2009. Ganador del premio Nacional de poesía en 2017.