Una alquimia de las grietas

Un fotoensayo de CZZP

Gracias a nombres como Lil Supa o Akapellah, el rap venezolano es potencia y anda reclamando el trono del hip-hop en América Latina. Una fotógrafa caraqueña, profeta en tierra ajena, ha retratado la hazaña desde Buenos Aires. En sus fotos está registrada la historia de un éxodo ruidoso, el de una música que ha prosperado fuera de los linderos de los llanos.

POR CZZP

Octubre 06 2023
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En primer plano sonríe Lil Supa.

Mi primera cámara me la dio mi papá antes de que me fuera a Buenos Aires. Era 2007, yo tenía diecinueve años y estudiaba arquitectura en Caracas, pero quería irme. Mi papá, fanático de la fotografía analógica, me regaló una Canon ae-1. Con mis primeras capturas, y algunas clases de diseño gráfico, me di cuenta de que tenía cierto ojo para la fotografía: se me hacía fácil plasmar ese mundo interior, conectar con esa sensibilidad.

 

Nigga Sibilino.

 

En Buenos Aires, la mayoría de mis amigos patinaban y con ellos compartía el interés por la fotografía. Durante un tiempo, salíamos todos los días a producir algo. En el skate, la foto es una cuestión de timing, no hay margen de error, toca buscar el momento preciso. Todo eso me despertó el interés por documentar y retratar mi entorno. El skate fue mi primera escuela práctica.

 

Akapellah.
 

Willie DeVille.

 

Lil Supa.
 

Akapellah y Lil Supa.

 

Akapellah.

 

Gegga.

 

De izquierda a derecha: Lil Suppa, Gegga y Ríal Guawankó.

 

Portada de Funky Fresco, álbum de Lil Supa y Akapellah.

 

Lil Supa.

 

Con el tiempo me alejé de lo digital y me adentré en lo analógico. No eran necesarias trescientas fotos para elegir una, sino educar el ojo y encontrar la imagen que quería, la que revelaba una conexión entre lo que veía y mi interior. Toda esa práctica formó mi mirada. Nunca quise hacer una fotografía perfecta, siempre traté de conseguir la belleza de lo cotidiano, que para mí es lo más increíble de fotografiar, allí veo la perfección.

Tenía veintidós años y andaba buscando dónde estudiar o aprender más.  Fui a Panamá de vacaciones y me conecté con una escena de fotografía analógica del país: esa terminó siendo la escuela que buscaba. Fueron más que unas vacaciones, me quedé cuatro años allá, por lo mismo que me ha movido siempre: las conexiones humanas, las vivencias. Mis amigos skaters y fotógrafos de Panamá me inspiraron un montón a practicar todo lo analógico y fue ahí que empecé a crear un estilo nuevo en mis retratos. Lo que ya venía explorando en mi amor por la fotografía analógica –entender la película, cómo trabajar el revelado, los químicos y el cuarto oscuro, todo lo que había detrás del resultado de una foto– se consolidó. Interesada en el formato medio, me compré una Hasselblad.

Mi pasión por los retratos también empezó en Panamá. Me di cuenta de que tenía cierta intuición para conseguir que las personas me mostraran su alma. Coño, yo siempre busco el alma cuando retrato. A veces la busco en las manos; otras, en los ojos. Se trata de decodificar a la persona, de volverme un canal para plasmar lo que esa alma me muestra. Como lo aprendí con el skate, buscaba ese momento preciso en el que la persona se mostraba como realmente era y no como se quería mostrar para mí. Hay grietas en las que puedes entrar y retratar esa esencia. Siempre voy por esos milisegundos.

Una de las personas a quien más he retratado es a  Marlon (Lil Supa). Lo conocí cuando tocó en Panamá, hacia 2015, mientras estaba inmerso en su proyecto Serio. Teníamos amigos en común por el skate y nos seguíamos por la fotografía –siempre admiré la suya, se notaba que era diseñador gráfico–, entonces hicimos click de inmediato y empezamos a trabajar. Un día me dijo: “De ahora en adelante, todo lo que hagamos es una portada de algo”, palabras que me motivaron y que todavía tengo presentes. Así entré a fotografiar hip-hop. Yo llevaba ocho años fuera de Venezuela y estaba totalmente desconectada de lo que pasaba allá, entonces el rap fue una forma de volver, de conectar. Conocía a Willie DeVille de la época del colegio, y de a pocos descubrí a los demás: Dann Niggaz, Ríal Guawankó, Gegga. Y me di cuenta de que había varios creativos que trabajábamos por lo mismo: crear una identidad visual venezolana, así estuviéramos lejos. No nos conocíamos y estábamos regados por varias partes, pero compartíamos esa intención.

 

Willie DeVille, y a la derecha Lil Supa en el videoclip de “Cosmos”.

 

Hacer algo para Venezuela cambió completamente el juego para mí. Sabía que no podía volver, pero me sentía más cerca de casa. A través del hip-hop la migración venezolana encontró una casa y una voz desde lugares muy diferentes. Los raperos a los que retrato son la voz de la calle y funden los códigos venezolanos con los de otros países y ciudades: así se hacen universales. Esto se refleja en el lenguaje visual que tratamos de alimentar. Yo entiendo los códigos argentinos y los incorporo en mis fotos, y trato que los códigos venezolanos formen parte de donde estoy.

No estamos en el país, pero seguimos generando su identidad visual y sonora. Desde 2015 también empecé a hacer joyería y la empecé a mostrar con la portada de Funky Fresco (el disco de Lil Supa y Akapellah); cada vez más acompaña mis proyectos visuales. Va de la mano de la historia del hip-hop y se refleja en mi código, czzp, una expresión que me remite a la alquimia y que funciona como línea de tiempo de mis experiencias y mi trabajo. Lo que más me gustó de la fotografía cuando empecé es lo que más me gusta ahora: documentar lo que vivo.

Estas fotografías de raperos venezolanos se hicieron en Argentina, Panamá, Chile y Colombia: América Latina, una región llena de conexiones y potencial que muestro con mi trabajo. Y aunque me encantan las fotos de Chi Modu y de la escena del rap de Estados Unidos, creo que al final mis favoritas son las que cuentan nuestra historia.    

ACERCA DEL AUTOR


(Caracas, 1987). Seudónimo de Majo Andrade. Comunicadora visual radicada en Buenos Aires.