Postpunk en Bogotá: el florecimiento más allá de TikTok
Como una sombra larga, el postpunk, aquella ramificación introspectiva y oscura del punk, ha ido regándose paulatinamente en las noches bogotanas durante los últimos años. Detrás de todo está la creación de un nuevo público, la aparición de bandas como Tumbas u Okvlta, y el surgimiento de bares que han sabido acoger esa sombría efervescencia.
POR William Martínez

Fotografìa de David Rincón (@davscm)
En esta ceremonia de glamour sepulcral pocos vestían sencillo. Los abrigos de pelo cubrían las blusas de encaje y los rostros de maquillaje gótico estaban coronados por boinas sado. Las prendas de cuero eran adornadas con joyas de índole religiosa, mística, siniestra. Era viernes por la noche y Lebanon Hanover, el dúo británicoalemán de postpunk, estaba cerca de saltar a la tarima. Mientras más de 400 personas –la mayoría entre los 18 y los 30 años– esperaban por ellos el pasado 13 de septiembre en Ace of Spades, un club nocturno al occidente de Bogotá, pensaba que ninguna otra subcultura del rock tiene actualmente una participación femenina tan grande como esta.
Los europeos ensamblaron un set que mostró las múltiples caras que puede ofrecer este estilo. De pasajes atmosféricos con voces chamánicas y fúnebres pasaron a vibras fiesteras de new wave. De las estructuras primitivas del postpunk a los ritmos sosegados y acústicos del neofolk. La mayoría del tiempo el público apenas se mecía. Esta es música que reivindica el deseo de bailar en solitario, de elaborar rituales introspectivos. El espíritu caótico del punk clásico aquí se desvanece.
Después del concierto, que se extendió por una hora y treinta minutos, me pregunté si el sold out de Lebanon Hanover y el de otras bandas postpunk que han tocado recientemente en Bogotá –Molchat Doma, Human Tetris o Depresión Sonora, entre otros– podría ser signo de un apogeo de esta corriente. Para determinar esto, contemplé varios criterios: el crecimiento en la audiencia y la realización de eventos, el surgimiento de nuevas bandas locales, el nivel de impacto de los colectivos y el acercamiento de esta música al mainstream. Es necesario entonces devolvernos varias décadas para rastrear las huellas de la evolución de una escena que despegó en Bogotá de forma subterránea y solo ahora está aproximándose a la cultura pop.
Inti Alonso, creador de Climas Interiores, un proyecto que utiliza sintetizadores para explorar las corrientes minimal synth y darkwave, me cuenta que, en los años noventa, se realizaban las Funeral Parties, eventos a pequeña escala que ocurrían en lugares como el Chorro de Quevedo. Más tarde, cuando empezó el nuevo milenio, la escena adquirió mayor vigor y visibilidad con la apertura de dos bares. En Socorro, ubicado en el barrio La Macarena, se realizaban concursos de disfraces con la temática David Bowie y los DJ pinchaban postpunk y electrónica. Pero fue Abnocto, en Chapinero, el que se constituyó como el primer templo gótico en la ciudad. Corría 2005 cuando Gabriel Ramírez, un hombre de apariencia andrógina, devoto de todo el espectro de la música oscura, viajó a Tucson, Arizona, y encontró inesperadamente un bar dedicado a estos estilos. Pensó que, si en medio del desierto había un establecimiento de ese tipo, no sería del todo una locura montar uno en Bogotá. Allí los solitarios, los desahuciados, los proscritos, los queer no solo se reunían a escuchar música industrial y melodías frías, sino que vivían espectáculos tipo cabaret y de sadomasoquismo. Era un lugar seguro para transformarse, desfigurarse, deshacerse y ser otro, me dice Alonso.
Por el año en que Abnocto abrió sus puertas, en 2006, el creador de Climas Interiores decidió hacer una serie de ciclos de cine inspirados en la banda de horror punk de Bilbao Los Carniceros del Norte, cuya propuesta era adaptar a la música películas de terror de los años treinta y cuarenta producidas en Estados Unidos. Paralelo a esto, se hacían recitales de poesía gótica en la Casa de Poesía Silva y en bares como Expeditum y Warning Metal Zone. El postpunk pasó a ser una pieza del rompecabezas gótico que empezaba a consolidarse en la ciudad.
En esta historia el 2011 fue un año parteaguas. Muchas personas de la escena punk se adentraron en la del postpunk, y así surgió un nuevo público y bandas como 11 Desaparecidos.
–En esa transición cambió la forma de usar la rabia y la desilusión –dice Alonso–. En el punk nos expresamos contra el mundo; en el postpunk, toda esa descarga se dirigió hacia nosotros mismos. Renunciamos a emitir el grito hacia afuera. Muchos pasamos de salir a la calle a destruir cosas a quedarnos en la casa escuchando canciones que nos llegan al fondo del alma. Agarramos las paredes a puños, rompimos nuestras ventanas, otros se cortaron. La necesidad ahora era guardar la ira para nosotros mismos, para analizarla, entenderla, dominarla, hacernos responsables de ella. No se trata de una glorificación de la ira ni de la tristeza. Se trata de aceptarlas y hacer las paces con ellas.
Durante ese año, además, Henry Muñoz abrió las puertas de Asilo, el emblemático bar de postpunk que funciona en la esquina de la calle 40 con avenida Caracas. Más que un establecimiento especializado para los devotos de las melodías oscuras, que entró a llenar el vacío dejado por Abnocto tras su desaparición en 2014, Asilo es el responsable de haber formado el público que hoy está llenando los auditorios donde tocan las bandas internacionales. Ha sido la casa de los festivales que impulsan esta corriente y de las principales agrupaciones de la movida bogotana (Tumbas, Sombras, Espinoza y Okvlta, algunas sobre las cuales me detendré más adelante) y nacional (Los Últimos Romántikos, Sinestësicos y Los Malkavian, entre otros).

Miembros de la banda Okvlta.
José Arias, baterista de Okvlta, la agrupación más reconocida hoy en la escena capitalina, me cuenta que en 2011 también nació Bat Beat, un colectivo que funge como promotora de eventos y medio de comunicación alternativo. En su página web, uno puede revisar un completo directorio de bandas activas e inactivas, reseñas sobre los últimos lanzamientos en todo el mundo y compilados con sonidos siniestros colombianos, como El Ritmo del Murciélago (2021). Tan importante como Bat Beat han sido las organizaciones Tumba Villa y Antimateria, que a pesar de ser integradas por pocas personas con recursos reducidos han permanecido en el tiempo. Para cerrar ese año canónico, es necesario mencionar la aparición de Suspiria Radio, la emisora gótica del momento, que funcionaba en una plataforma de streaming gratuita. A través del programa que dirigía Arias, Cadaver Krieg, muchos accedieron a nuevos nombres de la movida global del deathrock, del new wave y del industrial.
En 2015 apareció la primera banda bogotana del subgénero a la que se le puede adjudicar el rótulo de icónica. Tumbas nació en la casa contracultural Rat Trap y el camino para inaugurar la leyenda fue arduo y hostil. Luisa Araque, tatuadora y vocalista del grupo, me cuenta que en los inicios su sonido resultó chocante para el público. Su velocidad era más lenta en comparación con el hardcore punk tradicional, jugaban con los efectos de los pedales y su estética, antes que furiosa, era melancólica. Eso hizo que no siempre les abrieran las puertas para tocar. Tumbas sonaba demasiado postpunk para el parche punk y muy punkero para el parche postpunk.
Cada uno de sus integrantes (tres chicas, dos chicos) venía de una escuela del punk diferente: la latinoamericana, la norteamericana y la europea. Ante el crecimiento acelerado de bandas netamente hardcore punk en la época, ellos decidieron integrar su bagaje musical para hacer otra cosa. Más experimental, psíquica e introspectiva. Su máximo referente fue Siouxsie and The Banshees, no solo en el ensamblaje sonoro, sino en la apuesta performática. Tumbas tiene las guitarras de las bandas death rock de Los Ángeles en los años ochenta y su voz –expresiva, aguda, desgarrada– recuerda a Exit Order, la agrupación de Boston, y Action Pact, de Londres. Sus letras abordan los abismos existenciales de cualquier persona, pero pronto fueron interpretadas por algunos como un reflejo de la experiencia oscura que significa vivir en Colombia.
Dolor (2020), el único larga duración que grabaron, fue reeditado en México, Francia y Polonia, entre otros países. Algunas personas hacían ilustraciones inspiradas en sus letras. Fue una de las pocas bandas locales que logró llenar Asilo sin el respaldo de un nombre extranjero. Justo cuando el proyecto alcanzó la cima creativa y se convirtió en objeto de culto en Colombia, diferencias entre sus miembros condujeron a su separación. Luego, Fausto Robles, uno de los guitarristas, decidió suicidarse. Atrás quedaron los planes de girar por Europa.
La bandera que soltó Tumbas fue tomada por Okvlta, una agrupación que practica un postpunk primitivo del corte de los ingleses UK Decay y los estadounidenses Voodoo Church. Surgió en pandemia, justo por los meses en que no sabíamos si íbamos a morir. José Arias, que se encontraba desempleado, aprovechó el encierro decretado para aprender a tocar batería. Para él, este estilo musical fue representativo de esa época incierta y de ahí se desprendió en parte su popularidad global.
–El miedo que muchos jóvenes vivieron en los años ochenta con la Guerra Fría y las dictaduras latinoamericanas, mi generación lo vivió con la pandemia –opina.
Ansia, otro parteaguas en la escena, nació en 2017 pero terminó de consolidarse después de la cuarentena. Este festival puso a Bogotá en el mapa de las giras de las bandas internacionales de postpunk. Les hizo saber que allí había un público dispuesto a pagar una entrada por verlos en vivo. De esta manera, hemos podido presenciar los shows de agrupaciones que hace una década se antojaban imposibles: Institute, de Estados Unidos, She Past Away, de Turquía, o Rakta, de Brasil, entre muchas otras.
Volviendo a la pregunta inicial de esta indagación y después de hacer este recorrido histórico, es evidente que existe un interés creciente en el postpunk en Bogotá. Si uno tiene presente las dimensiones de la escena, que siempre ha sido de nicho, asistimos a un florecimiento en el que diferentes parches, más allá del gótico, participan. Sin embargo, no hablaría de un apogeo, de haber llegado al pico culminante de un proceso, pues aún esta movida enfrenta desafíos en términos de desarrollo local. La respuesta del público a eventos locales sigue siendo reducida (no más de 60 personas en la mayoría de casos), la venta de los casetes grabados por sellos discográficos como Maraña Records toma un tiempo largo en efectuarse y la cantidad de agrupaciones capitalinas activas no supera la decena.
Ahora el postpunk habita dos mundos: el habitual, que es el subterráneo, y el pop. Cada vez hay un interés más grande en este estilo como música de baile, impulsado por bandas en tendencia como Lebanon Hanover y el revival ruso, cuyas fórmulas pegadizas han calado en clubes de electrónica y se han vuelto banda sonora de dinámicas y memes en Instagram y TikTok. A finales de octubre e inicios de noviembre de 2024, tendrá lugar una nueva edición de Ansia, con artistas de Montreal, Los Ángeles, Niza, Atenas, Berlín, Quito, Medellín y Bogotá. Será una ocasión inmejorable para tantear si esta escena tiene la capacidad de romper el propio techo que ha fabricado.
ACERCA DEL AUTOR
Periodista cultural. Sus reseñas y reportajes han sido publicados en El Espectador, Arcadia, Cromos, Shock y el Instituto Distrital de Turismo. Investigó para Netflix la serie El robo del siglo. Fue editor de la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Ha recibido en dos ocasiones el Premio de Periodismo Álvaro Gómez Hurtado.