Turnstile: superando la masculinidad tóxica en el hardcore punk

¿Cómo una banda que nació en el hervidero del hardcore punk estadounidense ha huido del hermetismo inherente a los circuitos locales y se ha convertido en una de las agrupaciones más importantes de la escena independiente en este lado del mundo? Un vistazo a su última presentación en Bogotá dispersa la niebla rosa alrededor de este hito.

POR William Martínez

Abril 11 2024
.

 

Aun cuando todo es caótico, aun cuando los cuerpos bañados en sudor vuelan por todas partes, hay una extraña paz esparciéndose en la tarima esta noche. Turnstile no irradia la agresividad típica de las bandas de hardcore punk. Sus integrantes no prueban constantemente su virilidad ni gritan para escalar la revuelta ni se comportan como chicos malos. Lo de ellos es una ceremonia dionisiaca que invita a la introspección y a la celebración simultáneamente. Bajo un resplandor fucsia, su cantante, Brendan Yates, baila sobre su propio eje, expone pasos de vibra funky y lanza divertidos puños y patadas karatekas, que añaden una capa de dinamismo y goce a la actuación. 

 ¿De dónde proviene este espíritu inclusivo y de camaradería desenfadada que atrae a personas por fuera del circuito hardcore? ¿Por qué una agrupación que hace dos años no contaba con mánager ni técnico de sonido propios hoy es invitada a festivales de impacto global y puede girar por Latinoamérica en recintos que nunca lograron colmar sus antecesores? En este artículo intentaré destejer la propuesta performática de la banda, a través del primer show privado que ofrecieron en Bogotá en el Teatro Royal Center, pero antes repasaré su trayectoria: una historia de cómo sacudieron la estructura rígida que ha mantenido en pie la escena donde nacieron.

Turnstile nació en Baltimore, Estados Unidos, en 2010 y está conformada por Brendan Yates (voz), Franz Lyons (bajo), Pat Mccrory (guitarra), Meg Mills (guitarra) y Daniel Fang (batería). Es conocida en el ámbito musical por colorear las líneas fundamentalistas del hardcore hasta difuminarlas, añadiendo elementos del dream pop, shoegaze, soul o R&B, entre otros estilos que históricamente han recorrido caminos separados a los del género. Con su tercer álbum, Glow On (2021),  editado por Roadrunner Records, la disquera de bandas como Slipknot y Queens of the Stone Age, saltaron al mainstream y allanaron espacios que ninguna banda en la historia del hardcore había podido ocupar.

Tocaron en festivales consagratorios como Coachella y Lollapalooza, y en festivales inesperados como el Camp Flog Gnaw, curado por el rapero Tyler, The Creator y dedicado al hip-hop. También han actuado en programas gringos de alto rating como el Late Night with Seth Meyers y The Tonight Show Starring Jimmy Fallon. En 2023 fueron nominados a tres premios Grammy y salieron de gira  por Estados Unidos con Blink-182 en su esperado regreso.  Todo esto lo han hecho sin arrancar sus raíces, sin ablandar su punch hardcore. Esta es una trayectoria que sencillamente nadie habría podido sospechar para una banda originada en el sello purista Reaper Records. 

 Los  miembros del grupo crecieron en el circuito hardcore de Baltimore y conformaron bandas desde la adolescencia. Eran habituales los ensayos después de la escuela sin otro objetivo que dar lo mejor de sí mismos. Una conversación que sostuvieron el cantante Brendan Yates y Norman Brannon, guitarrista de importantes bandas de hardcore estadounidenses, publicada en el portal Anti-Matter, permite dilucidar el ambiente represivo que se respiraba en una escena que, paradójicamente, buscaba desafiar toda autoridad. Brannon recuerda que en sus años como guitarrista de la banda Shelter, entre 1992 y 1994, sentía que era escaneado constantemente por su círculo, como si la gente estuviera esperando que la cagara al mostrar un comportamiento anti Krishna, bandera ideológica del grupo. 

Esa misma sensación de vigilancia la percibí en la escena hardcore bogotana, en la que crecí y me hice adulto. Aunque algunos llevaban un estilo de vida vegano y straight edge (libre de alcohol y drogas) por convicción genuina, considerando que este era el mejor camino para confrontar la autodestrucción del punk y el antropocentrismo del mundo, otros hicieron de él una barricada cerrada a otras corrientes de pensamiento. No pocas veces escuché a personas cercanas despotricar, con aires de superioridad moral, de los “caídos”, aquellos que en algún momento decidieron canjear ideología por hedonismo.

Buscando su liberación personal, Brannon dejó Shelter para cofundar Texas is the Reason, una banda de post hardcore oriunda de Nueva York. Cuenta que poco tiempo después renunció porque sintió que allí no podía salir del clóset y continuar en el grupo  con naturalidad. Al respecto, Yates dice que puede entender su sensación de no lugar y expresa que su consuelo ha sido encontrar en Turnstile personas con las que se siente libre y cómodo. Un lugar seguro. 

Los de Baltimore no solo han confrontado la rigidez de su propia escena acogiendo ritmos bailables y desenfadados, sino tomando una serie de decisiones impensables para bandas puristas de hardcore. Desde el inicio del grupo, Yates ha estado interesado en profundizar en situaciones personales vulnerables (uno de sus primeros temas, “Death Grip” (2011), habla en primera persona de un hombre que ha sido abandonado por su pareja). Sus letras, según sus propias palabras, tratan de formas de adaptarse a las emociones. Y de esto también da cuenta su componente visual. La portada del Glow On muestra un cielo rosa, ajeno completamente a la estética ruda del género, mientras que su merchandising está compuesta por gorros pesqueros y ositos de peluche con cuernos y alas. Turnstile no sufre de masculinidad frágil ni teme parecer suave.

En una entrevista para la revista Thrasher, Daniel Fang, baterista del grupo, dijo: “Cualquiera puede rebelarse contra sus padres, cualquiera puede rebelarse contra la sociedad, pero rebelarse contra sus compañeros es lo más difícil de hacer”. En una escena donde probar cosas nuevas ha sido normalmente equivalente a pisotear la historia, ellos han optado por la fluidez y la experimentación  espontánea. No se les puede etiquetar como artistas queer ni tampoco como rockstars del indie. Cuentan con su propia personalidad y en cada álbum ensanchan sus propios límites.

 

***

La noche abre con la presentación de Raw Brigade, una banda bogotana que encarna la quintaesencia del hardcore youth crew, el cual tuvo una especial acogida en Nueva York a finales de los años ochenta. Su actuación no ofrece ningún respiro más allá del corte entre canción y canción. Sobre la tarima corren cuerpos tatuados haciendo saltos mortales y en el auditorio se arma una gran licuadora humana. Su fuerza vertiginosa, sin embargo, acaba por convertirse en un ruido monótono, con temas que guardan una estructura compositiva e irradian una vibra similar entre sí. Precisamente esta linealidad, esta desembocadura previsible, es lo que ha desafiado Turnstile.

Los de Baltimore saltan a la tarima a las 9:35. El público abarca todo el espectro del ecosistema alternativo: hay gente cuya imagen he visto en conciertos de Arcade Fire, Misfits, Basement o Deftones. El estilo de los miembros de la banda, diverso entre sí, raya con la imagen estereotipada del hardcore: el cantante muestra su torso atlético sin tatuajes, al igual que el baterista, mientras que el bajista lleva un gorro pesquero, el guitarrista tiene un mostacho y prendas vintage, y la otra guitarrista porta una camiseta del club de fútbol inglés Manchester United y una falda oscura.  

Previo al evento, a través de redes sociales, muchos asistentes pedían a los organizadores que el escenario no tuviera barricadas, para poder correr sobre la tarima, nadar sobre la gente y así vivir la auténtica experiencia de un show de Turnstile. El deseo no solo se cumplió, sino que se concedió con más licencias que en cualquier otro concierto. Algunos seguidores abrazan a Brendan Yates y él devuelve con generosidad la muestra de cariño. Otros intentan tomarse selfis en la tarima y él no se afana por sacárselos de encima. En canciones como “Turnstile Love Connection” (2021), varias decenas de fanáticos se toman el escenario para bailar. En un gesto poco frecuente, el personal logístico permite la invasión. Yates domina el arte de mostrar carisma ante la multitud sin dejarse ahogar por ella.

Hay una razón que explica su comportamiento. En la entrevista con el antiguo guitarrista de Shelter, Yates cuenta que cuando era niño solo quería salir con amigos los martes porque la idea de hacerlo los fines de semana, cuando todos lo hacían eufóricos, le producía ansiedad. En Navidad, solo anhelaba quedarse en casa y no ver a nadie. Es como si no pudiera darse la oportunidad de celebrar con los suyos porque un sentimiento abrumador llenaba su pecho. Ese chico apartado comenzó a sintonizar el canal MTV y, aunque sentía curiosidad por algunas bandas, no se involucró emocionalmente con ninguna de ellas. Esto cambió cuando fue a conciertos de hardcore, donde encontró conexiones reales entre la música y la gente.

Yates se dio cuenta de que había un muro caído. Y detrás de él, un sentido de comunidad que no había experimentado en su vida. Algo tan simple como treparse en el escenario, saludar con fervor a la banda y saltar con libertad ha representado para el cantante derribar el muro del aislamiento. Por eso reacciona compasivo ante la emoción visceral de la gente: conoce de primera mano qué conduce sus impulsos y sabe lo que cuesta sentirse parte de algo.

Esta armonía no quiere decir que estamos en un concierto exento de peligro, como dicta la tradición del género. Veo cejas rotas. Caras inflamadas por patadas voladoras. Hombres lanzándose desde el segundo piso del teatro. La diferencia es que esos mismos que se jugaron el pellejo felices luego aplaudían en los temas más tranquilos, coreaban con suavidad y movían sus brazos de un lado al otro, entrando en comunión con la introspección que invita la banda.

Turnstile sabe conducir el clímax musical. Cuando desata su energía, perfora con precisión para provocar golpes de adrenalina. Pero también demuestra control de las emociones y equilibrio de las cargas anímicas deslizándose suavemente hacia interludios armónicos que dan espacio para respirar, contemplar su variado paisaje sonoro y entrar en contacto con rincones de nuestra cabeza a los que solo accedemos en los momentos de calma. Es por estos pequeños y profundos quiebres que uno agradece haber estado allí, dejándose arrastrar por la banda que llevó al hardcore a dar el siguiente paso.

 

ACERCA DEL AUTOR


Periodista cultural. Sus reseñas y reportajes han sido publicados en El Espectador, Arcadia, Cromos, Shock y el Instituto Distrital de Turismo. Investigó para Netflix la serie El robo del siglo. Fue editor de la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Ha recibido en dos ocasiones el Premio de Periodismo Álvaro Gómez Hurtado.